Eliana normalmente no apaga la televisión, se duerme con el ruido atontador del aparato de fondo. Tiene miedo, miedo al silencio, a los sonidos, a la oscuridad, a los fantasmas.
Esta noche, la noche del relato hubo un apagón, no tiene electricidad y está sola en su casa, la oscuridad la rodea y busca rápidamente luz, un encendedor, el teléfono móvil, las hornallas de la cocina a gas. Cualquier cosa que la aleje de las sombras, hasta que finalmente encuentra velas, compradas por casualidad alguna vez.
Enciende las cuatro que quedaban en el paquete, son las diez de la noche. La primera hora pasa sin novedades, se entretiene preparando sus cosas para el próximo día, la ropa, los papeles, el dinero.
El tiempo pasa, las velas se consumen, Eliana va a su habitación vacía, lleva consigo las velas y apaga dos, se acuesta y escucha un perro que ladra, un auto que pasa, se levanta mira por la ventana y ve tenues sombras. Vuelve a la cama e intenta dormir, escucha un crujir, mira en la dirección atentamente y no escucha nada más.
El silencio.
Las dos velas se han consumido, no quiere abrir los ojos, pero no puede evitarlo. Sombras se mueven en su habitación, una larga línea negra se desliza por la pared y desaparece. Enciende una vela y las sombras se han desvanecido, aparecen muebles, cortinas, un canasto.
“Paf”, un fuerte sonido la despierta, intenta encender la luz, pero la electricidad aún no llega, enciende la última vela, se levanta, recorre la casa y no ve ni escucha nada, vuelve a acostarse.
“Paf”, otra vez un ruido, atemorizada, toma la vela de la cual nada queda y se le apaga entre las manos. Camina sigilosa, no ve nada, choca contra algo o alguien, grita, corre y tropieza, una sombra la persigue, “un fantasma” grita y se topa de frente con una masa, logra ver claramente, no es un fantasma, siente un alivio que no dura más de dos segundos, entonces siente un frío en el estómago, se mira y un cuchillo sale lentamente de su vientre.
Cae al piso y mira desde allí al ladrón que hurga pacientemente sus cosas. Lo último que piensa es que al final “no hay fantasmas, solo personas malas”
Esta noche, la noche del relato hubo un apagón, no tiene electricidad y está sola en su casa, la oscuridad la rodea y busca rápidamente luz, un encendedor, el teléfono móvil, las hornallas de la cocina a gas. Cualquier cosa que la aleje de las sombras, hasta que finalmente encuentra velas, compradas por casualidad alguna vez.
Enciende las cuatro que quedaban en el paquete, son las diez de la noche. La primera hora pasa sin novedades, se entretiene preparando sus cosas para el próximo día, la ropa, los papeles, el dinero.
El tiempo pasa, las velas se consumen, Eliana va a su habitación vacía, lleva consigo las velas y apaga dos, se acuesta y escucha un perro que ladra, un auto que pasa, se levanta mira por la ventana y ve tenues sombras. Vuelve a la cama e intenta dormir, escucha un crujir, mira en la dirección atentamente y no escucha nada más.
El silencio.
Las dos velas se han consumido, no quiere abrir los ojos, pero no puede evitarlo. Sombras se mueven en su habitación, una larga línea negra se desliza por la pared y desaparece. Enciende una vela y las sombras se han desvanecido, aparecen muebles, cortinas, un canasto.
“Paf”, un fuerte sonido la despierta, intenta encender la luz, pero la electricidad aún no llega, enciende la última vela, se levanta, recorre la casa y no ve ni escucha nada, vuelve a acostarse.
“Paf”, otra vez un ruido, atemorizada, toma la vela de la cual nada queda y se le apaga entre las manos. Camina sigilosa, no ve nada, choca contra algo o alguien, grita, corre y tropieza, una sombra la persigue, “un fantasma” grita y se topa de frente con una masa, logra ver claramente, no es un fantasma, siente un alivio que no dura más de dos segundos, entonces siente un frío en el estómago, se mira y un cuchillo sale lentamente de su vientre.
Cae al piso y mira desde allí al ladrón que hurga pacientemente sus cosas. Lo último que piensa es que al final “no hay fantasmas, solo personas malas”
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