La vie en rose

Cuenta la leyenda que al principio no existían las rosas. Había eso sí, flores, margaritas, claveles amarillos, pero rosas, no. No había flores rojas y mucho menos espinas.

En esta historia había dos enamorados, Roco y Salvia, Roco amaba a su mujer, ella era la luz de sus días, su sol, su alegría. Ella también le era devota, cual bello girasol, donde él iba allí sus pétalos dirigía.

Se amaban y juraron estar siempre juntos. Pero la realidad es cruel y donde el amor parece llenarlo todo al final la necesidad prevalece.

Nuestros enamorados se casaron, y juntos vivieron su idilio de verano, se fueron a vivir a una bella casita de montaña. En aquel lugar, el suelo estaba cubierto de verdes prados. El cielo se teñía de celeste y blanco, en el río manaba la vida, lleno de peces que jugaban contra la corriente. El horizonte se cubría de bellos árboles, en aquel lugar nada les faltaba, comida, diversión, todo abundaba en aquella estación.

Pero un día llegó el invierno y el verde suelo se cubrió de blanco, el cielo celeste quedó gris. De repente, ya no había río, en su lugar hielo y más hielo, de pronto, no hubo más abundancia. Solo frío, por donde quiera que mirasen, por donde fuera que buscasen solo encontraban nieve y más nieve. Ella le dijo para tranquilizarlo “el invierno pasara”, él dijo “quizá sea tarde”, ella dijo “¡quédate!”, él dijo “Volveré y te traeré toda la abundancia que te prometí”. Luego cerró la puerta tras de sí.

Se perdió en medio de una blanca tormenta, ella lo miró desvanecerse, desconsolada. Luego lloró tristemente, sola, en su casita de montaña.

Esperó y esperó.

Él cruzó valles y ríos, mares y montañas, enfrento desiertos y tormentas, todo por ella, todo por su amada. Y finalmente volvió, porque no podía estar lejos, porque la extrañaba, con la mitad de lo prometido quizá, pero con eso alcanzaba.

Pero llegó tarde, el invierno estaba por terminar y al llegar vio la puerta de su casa abierta de par en par, entró corriendo asustado, previendo la desgracia, buscó, gritó su nombre y nadie respondió. Su casa estaba vacía, miró en la mesa una carta “He ido por ti”, solo eso decía.

Ella no soportó la espera y fue a buscar a su amado, pero no llegó lejos.

Él la encontró a unos kilómetros de su hogar, congelada, muerta. Su frágil cuerpo no resistió el inclemente invierno, él se sintió culpable, nunca debería haberla dejado y no pudo volver a dejarla, murió abrazándola.
Cuenta la leyenda que en ese lugar nacieron las primeras flores con espinas, los pétalos rojos son de ella y solo salen en primavera, las espinas son de él y protegen a la flor, para siempre...

Fin.


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1 comentario:

Unknown dijo...

Hermosas letras.