El pequeño ser

Cuando la vio, la amó.

Su amor no era humano, egoísta, egocéntrico, no, su amor es puro y real.

Aquel día no pudo evitar ayudarla, a sabiendas, de que aquel contacto estaba prohibido y que si interfería estaría atado a ella, para siempre.

La madre de Maira estaba en la cocina y la dejó dormida por un segundo en la cama para ir en busca de algo, la pequeña despertó, miró a su alrededor y no pudo esperar, salió a la marcha hacia allá, hacia donde escuchó ruido. El golpe hubiese sido terrible, la beba no tuvo mejor idea que abalanzarse de frente para bajar de la cama y cayó de cabeza, sin embargo, no se golpeó. Algo la detuvo en el aire, quedó mágicamente suspendida, pies arriba, dando un giro en el aire y bajo lentamente hasta tocar el suelo, Pritz, quedó exhausto y no alcanzo a esconderse de la niña que le sonreía alegremente.

La primera mudanza de la familia fue a los cinco años de Maira, Pritz tenía que irse con ella y así lo hizo.

Eligio para el traslado un zapato hush puppie, primero porque era de Maira y segundo porque olía a frutilla.

El nuevo hogar era amplio, pero no tenía su anhelado jardín, escogió como refugio, una estantería alta, donde los padres de Maira habían acumulado un montón de peluches, allí, en medio de ellos dormía y se escondía cuando había gente en casa. Una tarde la pequeña Maira jugaba sola en su habitación y había acomodado las sillas para llegar arriba, lo más alto posible, para sacar todos los peluches que le eran inalcanzables. Pritz previo la catástrofe y con un chasquido de dedos los muñecos cayeron lentamente cual burbujas de jabón, invadiendo completamente la pieza, Maira contenta corrió a contarle a mamá que sus muñecos habían volado, su madre al ver los muñecos en el piso y las sillas acomodadas, reto conscientemente a su hija.

En las noches antes de dormirse Pritz, abrigaba a Maira, iba hasta la heladera, comía abundantemente, corría al gato y este después lo corría a él. Buscaba un lugar calentito al lado de Maira y dormía junto a ella.
Durante el día, despertaba primero que todos, se miraba al espejo para ver si era invisible, y si no lo era, chasqueaba los dedos y desaparecía. Cuidaba a Maira hasta que ella se iba al colegio, tomaba sol junto al gato, corría desnudo en el pasto, después corría al gato y este después lo corría a él. En las tardes cuando llegaba Maira, si ella miraba televisión, el también, si ella jugaba, el también, si ella estudiaba, el no.
Un día Pritz lloró, primero porque murió “Kino” así se llamaba el gato de la familia y segundo porque no sabía cómo consolar a Maira que lloraba tristemente por el gatito. Hubiese querido salvar al gatito, pero hay cosas que un gnomo no puede hacer.
Fue feliz cuando Maira fue feliz. El día que ella se casó, ambos se emborracharon. Estuvo triste cuando Maira estuvo triste, cuando el papá de Maira murió, ambos no durmieron por tres noches seguidas.

Nunca creyó que el día de ser libre llegaría, pero cuando llegó, ya no quería ser libre. Lloró con más tristeza que nunca, aquel día en que Maira con 86 años moría, se mostró para despedirse, porque ella le dijo que sabía que él estaba allí y quería darle un beso de despedida, él se apareció, se acercó tímidamente y ella sonriendo dijo que “sabía que siempre has estado a mi lado” y luego tranquilamente dejó este mundo.

Pritz no pudo irse lejos, cada tanto visita a la bisnieta de Maira, que es igual de traviesa que su bisabuela, no quiere que le suceda nada, sin embargo, la cuida y espera el día para volver a ser parte de su familia.

Fin.

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