La tristeza

Supongo que aquel día estaba distraído y los guantes de lana no me ayudaron en la tarea, seguramente abrigaron mis manos, pero no servían para guardar dinero.

Papá esa noche busco en sus bolsillos los últimos cincuenta centavos que tenía y me los entrego para ir a comprar, lo que ese día seria nuestra cena, medio kilo de pan. Mamá me abrigo, me puso mi bufanda, mis guantes de lana negros y veloz cual liebre salí corriendo a toda velocidad.

Afuera nevaba, las calles estaban blancas y el sol ya se había escondido, la despensa quedaba solo a dos cuadras de casa y no demore en llegar.

Grande fue mi sorpresa al abrir la puerta del negocio mirar mis manos y verlas vacías. Volví mis pasos hacia atrás y busque, y busque en vano.

No había forma de encontrar la monedita. Regrese a casa y papá se enojó mucho conmigo, de un tirón me llevo a la calle y juntos buscamos en la nieve, bajo la oscuridad, por un buen rato sin encontrar nada. No pude comprender entonces la rabia de mi padre, volvimos y me mandó a acostar, mamá fue a taparme y ese día se fue...

Hoy cuando me bajé de la micro, caminando hacia mi casa, donde me espera mi hermosa mujer y mis bellas niñas, me pasó algo curioso y pude comprender, no era enojo o rabia, era tristeza. Encontré en la calle quinientos pesos, casi un kilo de pan y pensé “que triste debe ser no tener nada más”. Y espere por un buen rato, me quede parado esperando a que llegara algún niño a buscar su moneda, a que llegara aquel niño a redimirse con su padre...

Fin.
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