Luis es fanático del azul, tiene la camiseta, botines, tobillera, canilleras, pelota, muñeco, calzoncillo, bandera, tazón, lapicera, tapete, calendario, fondo de pantalla y medias, creo que es todo, si es que no olvido algún otro estandarte de su equipo preferido.
El torneo para los azules había sido memorable, invictos tras veintidós partidos, la delantera más goleadora, dos jugadores que no fallaban tiro, el arquero con las mejores tapadas, un jugador en el mediocampo que pasara a la historia por sus gambetas, la defensa impenetrable, en fin, el equipo perfecto.
Solo restaban once minutos para que comenzara el partido final. Azules contra rojos, un clásico, un partidazo. Luis gritaba desaforado el “ole, ole, ole, azul, azul” en medio de la tribuna.
Por supuesto, todos, todos daban por sentado al ganador y Luis aposto todo a su equipo con la certeza del que se sabe triunfador.
El partido comenzó, los azules parten, los rojos eligen lado. El n° 10 da un pase corto atrás, el n° 5 la recibe y se la toca al arquero que pifia (falla) la patada, 23 segundos desde que comenzó el partido y es goooooooooool de los rojos, que ¡terrible equivocación! 1-0 el marcador, gol en contra.
Los azules que eran mayoría han quedado mudos ante lo inexplicable. ¿Cómo pudo errarle a la pelota? ¿Cómo a los 20 segundos el mejor equipo, va perdiendo?
Luis ya no grita, observa, a sus ídolos inmortales perecer en el esfuerzo.
11 jugadores que no encuentran la manera de llegar al otro arco, toque va, toque viene un arranque del n° 8 que parece Maradona, pasa uno, pasa dos, deja atrás al arquero rojo, le pega a la pelota y da de lleno contra el palo, 30’ minutos del primer tiempo.
Minuto 44’ el n° 9 azul, la pisa en el área, un amague le va a pegar y lo bajan, ¡una patada que le dolió a medio estadio, penal!!!!!! pito el árbitro y expulsan al n° 3 de los rojos.
El n° 10 azul le va a pegar, frente a frente al arquero, un duelo en el que ninguno parpadea, el silencio y luego, el golpe perfecto, esquinado, arriba, el n° 10 la ve avanzar en cámara lenta. El arquero rojo la ve venir a 120 km. por hora, pero la ve, estira la mano y milagro, la punta del dedo toca el balón y la saca por sobre el travesaño, que atajada, glorioso.
Luis no puede creerlo, nunca creyó en un dios y, sin embargo, mira al cielo buscando una explicación.
En el entretiempo, en las pantallas gigantes repiten el gol, los toques, los casi goles, las atajadas, Luis mira incrédulo, sentado, encorvado casi a punto de cambiar de estado, de vertebrado a invertebrado, de invertebrado a nada, ojalá desaparecer.
Empiezan a salir los jugadores, la balanza parece equilibrarse 10 rojos contra 11 azules, pita el árbitro y comienza el segundo tiempo, el tiempo final.
Quince minutos y es lo que se llama “un baile”, los rojos no pasan el medio campo, están atrincherados contra su arco, aguantando todo, córneres, tiros libres, centros de derecha, centros de izquierda, cabezazos, hasta una chilena que rozó el palo izquierdo.
21 minutos y los azules atacan con todo lo que tienen, están todos adelante, buscando el espacio, la brecha, el error rojo que termine en un gol para los azules, entonces, pasa. Minuto 25, el n° 7 rojo recupera la pelota en media cancha y se pega un pique de 20 metros, prácticamente solo, porque los azules estaban todos atacando, el n° 7 rojo frente a frente al arquero azul, le va a pegar, sombrero, un globo por sobre el arquero, que la ve pasar por encima, que se tira hacia atrás y cae despatarrado intentado evitar, lo inevitable y después el grito de goooooooooool de los rojos.
Si había en el estadio algún azul con esperanza, tras el gol ya no lo había, los más boquiabiertas otros perplejos y los otros a punto de llorar.
Los rojos eran la cara opuesta, los hinchas saltaban, bailaban, ensayaban canticos que no habían cantado nunca, su equipo había llegado a la final sin grandes figuras, muchos empates, algunos triunfos, y mucho, mucho huevo (mucho empeño).
Luis lo había perdido todo, económica y espiritualmente, todo, su orgullo estaba por el piso, el dinero que había ahorrado los últimos 20 años se fueron en los primeros 30 segundos del partido.
Se quedó mirando el partido hasta el final, lloró junto a algunos jugadores (no físicamente, pero a la distancia) que se desmoronaron en la cancha ni bien el árbitro pito el final. Vio a los jugadores rivales festejar alegremente, levantar la copa y gritar con alegría.
Al salir del estadio, siguiendo la triste caravana vencida, miró a sus camaradas de trinchera, vio la larga fila azul que parecía teñir toda la avenida, entonces recordó el canto y despacio del fondo de su alma nació el cantico “yo al azul lo quiero, lo llevo adentro del corazón”, una tras otra las voces se fueron sumando y la ovación en voz baja primero luego fue tan fuerte que por un momento, olvidaron la derrota, solo sabían que siempre habrá partidos, pero que nunca, jamás, jamás dejaran de ser azules.
El torneo para los azules había sido memorable, invictos tras veintidós partidos, la delantera más goleadora, dos jugadores que no fallaban tiro, el arquero con las mejores tapadas, un jugador en el mediocampo que pasara a la historia por sus gambetas, la defensa impenetrable, en fin, el equipo perfecto.
Solo restaban once minutos para que comenzara el partido final. Azules contra rojos, un clásico, un partidazo. Luis gritaba desaforado el “ole, ole, ole, azul, azul” en medio de la tribuna.
Por supuesto, todos, todos daban por sentado al ganador y Luis aposto todo a su equipo con la certeza del que se sabe triunfador.
El partido comenzó, los azules parten, los rojos eligen lado. El n° 10 da un pase corto atrás, el n° 5 la recibe y se la toca al arquero que pifia (falla) la patada, 23 segundos desde que comenzó el partido y es goooooooooool de los rojos, que ¡terrible equivocación! 1-0 el marcador, gol en contra.
Los azules que eran mayoría han quedado mudos ante lo inexplicable. ¿Cómo pudo errarle a la pelota? ¿Cómo a los 20 segundos el mejor equipo, va perdiendo?
Luis ya no grita, observa, a sus ídolos inmortales perecer en el esfuerzo.
11 jugadores que no encuentran la manera de llegar al otro arco, toque va, toque viene un arranque del n° 8 que parece Maradona, pasa uno, pasa dos, deja atrás al arquero rojo, le pega a la pelota y da de lleno contra el palo, 30’ minutos del primer tiempo.
Minuto 44’ el n° 9 azul, la pisa en el área, un amague le va a pegar y lo bajan, ¡una patada que le dolió a medio estadio, penal!!!!!! pito el árbitro y expulsan al n° 3 de los rojos.
El n° 10 azul le va a pegar, frente a frente al arquero, un duelo en el que ninguno parpadea, el silencio y luego, el golpe perfecto, esquinado, arriba, el n° 10 la ve avanzar en cámara lenta. El arquero rojo la ve venir a 120 km. por hora, pero la ve, estira la mano y milagro, la punta del dedo toca el balón y la saca por sobre el travesaño, que atajada, glorioso.
Luis no puede creerlo, nunca creyó en un dios y, sin embargo, mira al cielo buscando una explicación.
En el entretiempo, en las pantallas gigantes repiten el gol, los toques, los casi goles, las atajadas, Luis mira incrédulo, sentado, encorvado casi a punto de cambiar de estado, de vertebrado a invertebrado, de invertebrado a nada, ojalá desaparecer.
Empiezan a salir los jugadores, la balanza parece equilibrarse 10 rojos contra 11 azules, pita el árbitro y comienza el segundo tiempo, el tiempo final.
Quince minutos y es lo que se llama “un baile”, los rojos no pasan el medio campo, están atrincherados contra su arco, aguantando todo, córneres, tiros libres, centros de derecha, centros de izquierda, cabezazos, hasta una chilena que rozó el palo izquierdo.
21 minutos y los azules atacan con todo lo que tienen, están todos adelante, buscando el espacio, la brecha, el error rojo que termine en un gol para los azules, entonces, pasa. Minuto 25, el n° 7 rojo recupera la pelota en media cancha y se pega un pique de 20 metros, prácticamente solo, porque los azules estaban todos atacando, el n° 7 rojo frente a frente al arquero azul, le va a pegar, sombrero, un globo por sobre el arquero, que la ve pasar por encima, que se tira hacia atrás y cae despatarrado intentado evitar, lo inevitable y después el grito de goooooooooool de los rojos.
Si había en el estadio algún azul con esperanza, tras el gol ya no lo había, los más boquiabiertas otros perplejos y los otros a punto de llorar.
Los rojos eran la cara opuesta, los hinchas saltaban, bailaban, ensayaban canticos que no habían cantado nunca, su equipo había llegado a la final sin grandes figuras, muchos empates, algunos triunfos, y mucho, mucho huevo (mucho empeño).
Luis lo había perdido todo, económica y espiritualmente, todo, su orgullo estaba por el piso, el dinero que había ahorrado los últimos 20 años se fueron en los primeros 30 segundos del partido.
Se quedó mirando el partido hasta el final, lloró junto a algunos jugadores (no físicamente, pero a la distancia) que se desmoronaron en la cancha ni bien el árbitro pito el final. Vio a los jugadores rivales festejar alegremente, levantar la copa y gritar con alegría.
Al salir del estadio, siguiendo la triste caravana vencida, miró a sus camaradas de trinchera, vio la larga fila azul que parecía teñir toda la avenida, entonces recordó el canto y despacio del fondo de su alma nació el cantico “yo al azul lo quiero, lo llevo adentro del corazón”, una tras otra las voces se fueron sumando y la ovación en voz baja primero luego fue tan fuerte que por un momento, olvidaron la derrota, solo sabían que siempre habrá partidos, pero que nunca, jamás, jamás dejaran de ser azules.
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