Premonición

Hubo un cuento que hablo de mi muerte. Mis tres sombras y yo marchamos en fila, vencidos, cansados.

Hubo un sueño, antes de aquella tragedia, en el sueño yo creí vivir feliz, aún sabiendo que era una fantasía, en aquel entonces yo escribí esto para no olvidarlo, sin embargo, otro ya lo había escrito y se quedaba con el cuento.

Lo inusual, lo terrible, fue despertar, con mis sombras, vencido y cansado.


Fin. Tal vez....
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Compromiso

Normalmente se van, pero ella no pudo dejarlos.

Miró el mar extenso e infinito, miró la arena, miró los pequeños huevitos, los tapó y les prometió que regresaría. Y así lo hizo, todos los días volvía, si se iba era para comer, para juntar fuerzas y resistir la inclemencia del aire al que no podía acostumbrarse.

El día señalado tardó, pero llegó, ese día su corazón se llenó primero de felicidad y luego de miedo. Las gaviotas surcaban el cielo y cual aves rapaces se abalanzaban en bandadas sobre las pequeñas tortuguitas indefensas.

Mamá tortuga recordó sus primeros pasos y a aquellas tortuguitas que no lograron cruzar la playa, entonces llena de valor comenzó a caminar junto a sus bebes. Muchas gaviotas obtuvieron su bocado, pero, ¡algunas no!, algunas chocaron de frente con mamá tortuga, enorme, yendo al mar como antaño, esta vez, rodeada de sus pequeñitos, dándoles una oportunidad única, ¡la oportunidad de comenzar!



Fin. Tal vez...
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Sin salida

Las cosas che, las cosas que hay que hacer…

Me dijo y me miró triste, agarró la pala y siguió como si nada.

Ni él, ni nadie eligió lo que le depara el destino, vi su mano sangrar por la herida de heridas pasadas. No se detiene y está cansado, llena otra carretilla con arena y la lleva lento, porque le duele la espalda, porque ya no aguanta, pero sabe y el saber es más fuerte que el dolor, que si no continua no habrá paga y si no hay plata ¿cómo alimentara a su familia?

Yo agacho la cabeza, la vergüenza, la incomodidad, el saber que podría hacer algo. Continúo preocupándome de banalidades, de la pintura del auto, de la nueva lámpara para el salón…




Fin.
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El encuentro

El día que se encontraron, ninguno atinó a decir nada, ni siquiera un saludo brotó de sus labios. Se miraron, como quien mira un retrato, observaron sus diferencias, las cuales parecían ser solo de vestimenta y continuaron su camino.

Ninguno de los dos se olvidará del otro, eso es indudable, ambos grabaron en su mente cada detalle de su sosias, bastara con mirarse al espejo para traer el recuerdo del otro.
Uno nació en la ciudad, el otro, en el campo, ambos adolescentes. Uno debe ser el último gaucho viviente, y calza como tal, a caballo, camisa y bombacha, espuelas y botas. El otro, un ser nocturno, remera negra, cabello largo y pantalón vaquero.

Un hombre y una flor

La primera vez que la vio la atracción fue irresistible. Hubiese querido tenerla de inmediato, pero su poca fortuna y el único billete que llevaba en el bolsillo no eran suficientes para tal adquisición.

Y así, cual tórtolo enamorado, día tras día desfiló frente a la vidriera, contemplándola, soñando el momento en que tocaría sus pétalos, el instante en que aspiraría su aroma y cerraría los ojos para disfrutarla con todos los sentidos. Pasaron los días y cual niño apasionado perdía la noción del tiempo mirando los bellos colores, a veces minutos, a veces horas.

Finalmente lo logró, la flor era suya, aquellos primeros días fascinado con su belleza, se sorprendía con cada halo de luz que recorría su bella figura.
Al principio no falto nada, hubo abono, hubo agua, principalmente atención. El primer año pasó y pequeños retoños asomaban, él sin ser experto la podo lo mejor que pudo...

El tiempo pasó y con los días la rutina hizo estragos, un día la olvidó, la dejo en la ventana y el sol radiante golpeó con fuerza sus bellas hojas. Aquella tarde al llegar a casa ella estaba tan alicaída que fue un milagro su salvación. Otro día no la regó y tres pétalos cayeron, irrecuperables.

Después llegó el segundo invierno y ella se marchito, sus bellos colores se fueron y nada habría de devolverlos, él intentó todo, un nuevo lugar en la casa, tierra nueva, pero nada parecía suceder.

Al terminar el invierno, nada volvería a ser igual, la flor más bella, la flor que siempre quiso, murió.



Fin.

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La espera

Las campanas sonaron, era el día más feliz de su vida, había dicho que sí en el altar. Valeria sonreía y él la miraba enamorado, se despidieron de todos y marcharon juntos hacia su primera noche de casados.

Una curva, una luz de frente, la cuneta. Ella sangrando y Matías desesperado, gritando, pidiendo ayuda.
Tres meses pasaron y aún está en coma, no vio túneles, no vio ángeles, no escuchó, ni sintió nada, tres meses de nada, de silencio, de vacío. Cuando ella abrió los ojos, él estaba dormido sosteniendo su mano.



Han pasado diez años y un hijo adorable hace rabiar a su madre mientras intenta justificar su escape del colegio. Matías ha conseguido un trabajo en otra ciudad, el viaje implica casi tres horas en auto y por lo mismo, ha preferido viajar solo los fines de semana a su hogar.
Este fin de semana es feriado, Matías tiene tres días de descanso, Valeria está decidida a conocer el departamento que arrienda su amado, así que aprovecha la cercanía de su suegra para encargarle el cuidado de su pequeño retoño. Solos, se olvidan por dos días del tiempo y disfrutan. Pero hay que volver, el fin de semana terminó y los deberes llaman a la puerta.

Faltaba una hora para llegar a casa, cuando algo se salió de control, los frenos de su automóvil dejaron de responder y el camino va cuesta abajo, esta vez la experiencia y la habilidad del conductor los salvó al borde del precipicio. Matías abrazó fuerte a Valeria recordando la primera vez que tuvieron un accidente, ella no recordó, pero un sentimiento de desesperanza la invadió.

Ella tuvo que volver a casa en un bus y para colmo sin él. Matías se quedó dando constancia a la policía sobre lo sucedido y después llevar el coche al mecánico para una revisión.
El viaje de regreso para Valeria fue desolador, lloró esa hora por todo lo que no había llorado en los últimos años, pensaba en lo que tenía y en lo que no, en lo que más quería y al final, solamente pensaba en ellos dos, su hijo y su esposo. Ni bien llegó a su ciudad la desgracia la perseguía, bastó con colocar un pie en la acera y se escuchó un fuerte estruendo, un choque, un motociclista que cae y la sangre corriendo frente a ella.

Cuando Matias llevo el auto para revisión al mecánico, este no pudo explicar la falla, no porque no se viese nada, al contrario las balatas de los frenos estaban retorcidas, como si dos manos retorcieran un paño, era increíble.
Ese mismo día Matías regresó a casa, no quiso contarle nada a ella y mucho menos tras escuchar su relato, ambos saben que algo extraño sucede, mientras tanto, no resta más que esperar…

La muerte la próxima vez no fallara.



Fin, tal vez...
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Pequeños milagros

Papá le dijo que no podía volar y en efecto, su cuerpo no tenía alas como los pájaros, mariposas y avioncitos de papel. Probó, sin embargo, con saltos bajitos, desde la cama, desde una silla, con una capa, con una bolsa en forma de globo y luego con muchos globos, nada parecía funcionar.

Vio la película de Peter Pan y pensó que quizá podría volar si conseguía el polvo de las hadas. Hasta que papá rompió su sueño diciéndole que las hadas no existían.

Un día leyó acerca de Siddhartha, le pareció fantástico ese personaje. Lo que más la fascino, es que él al alcanzar el nirvana, levitaba, volaba en el aire como un globo aerostático.

Papá no cree en dioses, pero cuando la vio volando, dudó.

Fin, tal vez...
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Orquesta

Cuando el fin llegó, no fue por pestes, no cayeron meteoritos, no se detuvo el mundo. No, cuando el fin llegó fue por ira. Ríos de ira.

El día anterior a la explosión nuclear, un hombre se preguntaba cómo podían haber fusilado a los hijos de los mandatarios, no recordó que meses atrás, él había ordenado cerrar las fronteras de todo el país, privando así de cualquier clase de suministros a su propia pueblo.


El día anterior al cierre de las fronteras en todos los países del mundo, las guerras civiles habían cedido o al menos eso parecía, las tropas militares habían tomado las calles, los saqueos se diezmaron, y entonces pasó lo que debía pasar, alguien murió en una esquina y luego turbas de personas enloquecidas atacaban a la milicia y se hacían con sus armas.

El día anterior a las guerras civiles, alguien dijo, que la culpa la tenían los pobres así que por decreto se legalizo la pena de muerte, y por ley, se comenzó la matanza de aquellos que no poseían recursos, luego de aquellos que tenían pocos, casi nada, algo, un poco, suficiente, bastante…

El día anterior a las leyes contra la pobreza, alguien asesinaba a tiros a un farmacéutico porque no le alcanzaba para pagar el remedio (que en el mes llevaba seis alzas) para su hijo. Al otro lado del mundo, tres jóvenes mataban a patadas a un indigente que quiso robarle su cartera a una señora para poder alimentarse. En otro lugar un periodista moría a balazos por querer golpear a un político que hablaba de acabar con los problemas del mundo mientras tomaba un vino del año 1492.

El día anterior a los hechos de violencia, una empresa negociaba con las autoridades del país sobre la conveniencia de su llegada a la industria nacional y sobre cómo se podría enfrentar en un futuro (muy lejano) el tema de la contaminación. En otro lugar, una empresa arrojaba al incinerador toneladas de carne putrefacta que no había sido distribuida a su destino y dado los costos y calidad del producto era mejor dejar que se pudriera como abono.

El día anterior un hombre parecía no asombrarse por lo que veía en las noticias, lejano, casi ciencia ficción.


Fin.
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El saber


Sabía que esa noche sería difícil, que no podría dormir aunque el cansancio fuera irresistible.
No podía dejar de pensar y daba vuelta tras vuelta en la cama enorme y vacía. Se sentó en la orilla de la cama y lloró amargamente, derramó las lágrimas que no había derramado durante el día, porque tenía que ser fuerte, porque ahora era papá y mamá.

El día había sido intenso, el funeral, el hogar invadido por desconocidos, personas a las que conocía y familiares que hubiese preferido que no estuvieran, algún amigo, alguna amiga más allá. Caras tristes, manos temblorosas. Alguien lloraba en una esquina, sentado en una silla su tristeza era tan conmovedora que no pudo acercarse a él.
Los pequeños que no comprenden realmente la muerte corrían alborotados y peleaban por un muñeco, una madre retó a su hijo quien parece no comprender el mal humor y la ofuscación de aquella mujer.

Sabía que, de aquella gente volvería a ver a tres o a cinco en los siguientes meses, después no volverían. Sabía que sus hijos no hablarían al respecto, que en los próximos años guardarían el dolor por dentro, como un cáncer que no puede ser extirpado y del cual, no vale la pena quejarse. Sabía que ya no habría discusiones banales, que no habría más celos tontos, sabía también que la palabra "amor" cobraba un nuevo sentido.

 Lo que no sabía, es que aquella noche al ir a dormir, sin querer pronunciaría su nombre en voz alta y sin querer, reclamaría también en voz alta preguntando ¿por qué te fuiste?, lo que no podría haber sabido es que la voz de quien amaba respondería “Yo nunca, nunca me iría de tu lado”.


Fin. Tal vez...
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La ilusión

Cuando ella le dijo que lo amaba, se sintió completo. Olvidó el tiempo, los dioses y los mares. No había problemas sin respuesta, porque en su mente solo estaba ella, ella y nada más.

Pero el amor la consumió y él no pudo comprenderlo, cual flor de temporada su amada murió al llegar el invierno.

En su locura de tristeza e ira recordó. Maldijo al cielo y a la muerte; limitó al tiempo; buscó respuesta a infinidad de problemas; creó dioses, miró al mar, zarpó y no volvió.

Y así, generación tras generación, este Ulises repite su propia odisea.


Fin. Tal vez...
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