Las campanas sonaron, era el día más feliz de su vida, había dicho que sí en el altar. Valeria sonreía y él la miraba enamorado, se despidieron de todos y marcharon juntos hacia su primera noche de casados.
Una curva, una luz de frente, la cuneta. Ella sangrando y Matías desesperado, gritando, pidiendo ayuda.
Tres meses pasaron y aún está en coma, no vio túneles, no vio ángeles, no escuchó, ni sintió nada, tres meses de nada, de silencio, de vacío. Cuando ella abrió los ojos, él estaba dormido sosteniendo su mano.
Han pasado diez años y un hijo adorable hace rabiar a su madre mientras intenta justificar su escape del colegio. Matías ha conseguido un trabajo en otra ciudad, el viaje implica casi tres horas en auto y por lo mismo, ha preferido viajar solo los fines de semana a su hogar.
Este fin de semana es feriado, Matías tiene tres días de descanso, Valeria está decidida a conocer el departamento que arrienda su amado, así que aprovecha la cercanía de su suegra para encargarle el cuidado de su pequeño retoño. Solos, se olvidan por dos días del tiempo y disfrutan. Pero hay que volver, el fin de semana terminó y los deberes llaman a la puerta.
Faltaba una hora para llegar a casa, cuando algo se salió de control, los frenos de su automóvil dejaron de responder y el camino va cuesta abajo, esta vez la experiencia y la habilidad del conductor los salvó al borde del precipicio. Matías abrazó fuerte a Valeria recordando la primera vez que tuvieron un accidente, ella no recordó, pero un sentimiento de desesperanza la invadió.
Ella tuvo que volver a casa en un bus y para colmo sin él. Matías se quedó dando constancia a la policía sobre lo sucedido y después llevar el coche al mecánico para una revisión.
El viaje de regreso para Valeria fue desolador, lloró esa hora por todo lo que no había llorado en los últimos años, pensaba en lo que tenía y en lo que no, en lo que más quería y al final, solamente pensaba en ellos dos, su hijo y su esposo. Ni bien llegó a su ciudad la desgracia la perseguía, bastó con colocar un pie en la acera y se escuchó un fuerte estruendo, un choque, un motociclista que cae y la sangre corriendo frente a ella.
Cuando Matias llevo el auto para revisión al mecánico, este no pudo explicar la falla, no porque no se viese nada, al contrario las balatas de los frenos estaban retorcidas, como si dos manos retorcieran un paño, era increíble.
Ese mismo día Matías regresó a casa, no quiso contarle nada a ella y mucho menos tras escuchar su relato, ambos saben que algo extraño sucede, mientras tanto, no resta más que esperar…
La muerte la próxima vez no fallara.
Fin, tal vez...
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