Un hombre y una flor

La primera vez que la vio la atracción fue irresistible. Hubiese querido tenerla de inmediato, pero su poca fortuna y el único billete que llevaba en el bolsillo no eran suficientes para tal adquisición.

Y así, cual tórtolo enamorado, día tras día desfiló frente a la vidriera, contemplándola, soñando el momento en que tocaría sus pétalos, el instante en que aspiraría su aroma y cerraría los ojos para disfrutarla con todos los sentidos. Pasaron los días y cual niño apasionado perdía la noción del tiempo mirando los bellos colores, a veces minutos, a veces horas.

Finalmente lo logró, la flor era suya, aquellos primeros días fascinado con su belleza, se sorprendía con cada halo de luz que recorría su bella figura.
Al principio no falto nada, hubo abono, hubo agua, principalmente atención. El primer año pasó y pequeños retoños asomaban, él sin ser experto la podo lo mejor que pudo...

El tiempo pasó y con los días la rutina hizo estragos, un día la olvidó, la dejo en la ventana y el sol radiante golpeó con fuerza sus bellas hojas. Aquella tarde al llegar a casa ella estaba tan alicaída que fue un milagro su salvación. Otro día no la regó y tres pétalos cayeron, irrecuperables.

Después llegó el segundo invierno y ella se marchito, sus bellos colores se fueron y nada habría de devolverlos, él intentó todo, un nuevo lugar en la casa, tierra nueva, pero nada parecía suceder.

Al terminar el invierno, nada volvería a ser igual, la flor más bella, la flor que siempre quiso, murió.



Fin.

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