Cuando se cerró el cajón comprendí que ya no habría vuelta atrás.
Relativamente sano, claro, con los mismos vicios de cualquier hombre, alcohol, cigarrillos y mujeres. Esa noche debería haber sido una noche más.
Después de recorrer los bares y tomar algunas cervezas estábamos listos para la disco. El ambiente estaba encendido, las mujeres cual ninfas seductoras contorneaban sus cuerpos al son de la música de moda, una llamó mi atención.
Morocha de ojos infinitos, bailaba sola en medio de la pista, cual lobo tras su presa, abandoné la manada y fui hacia ella directamente, sin titubear. Pero como suele suceder en algunas cacerías, no era el único interesado en magno trofeo. Un tipo venia del otro lado y en una maniobra de cuerpos logre interponerme entre ella y él, antes de que emita palabra alguna, la invite a bailar y aceptó. Nada pudo salir mejor.
Bailamos, nos besamos, me ofrecí a llevarla a su casa y salimos de la disco.
Íbamos caminando hacia el estacionamiento cuando me detuve para prender un cigarrillo, ella estaba hermosa, le ofrecí, pero no fumaba. En medio de las sombras, alguien dijo “yo, quiero uno”. No logre ver de quien se trataba, pero alce la mano con el atado en gesto de convidarle. Al verle la cara palidecí, era el hombre al que le había ganado la mujer. Sostenía en la mano un cuchillo, lo único que atine a hacer fue mirar a la morocha y decirle “corre”. Después sentí el helado acero entrar por mi estómago, sujeté al tipo firmemente dándole tiempo a la mujer de que escapara. Tres o diez estacadas después, caí.
No sé en qué momento exacto recupere la conciencia, recuerdo voces y a la morocha llorando.
Luego la agonía, la desesperación y después el sosiego, esa calma que se siente tras despertar en la cama y saber que no hay que hacer nada, que se puede seguir durmiendo.
He pensado en infinidad de cosas, supongo que aún en este estado duermo, a veces recuerdo imágenes que no pertenecieron a mi vida.
No tengo sensaciones y, sin embargo, poseo plena noción de lo que sucede a mí alrededor, tanto es así que reconozco la carne que se desprende de mis huesos.
Debo llevar muerto tres meses, la única pregunta ahora, lo que espero con ansias, es saber ¿cuándo morirá esta conciencia?, mientras tanto, alimento con mi cuerpo a los gusanos.
Relativamente sano, claro, con los mismos vicios de cualquier hombre, alcohol, cigarrillos y mujeres. Esa noche debería haber sido una noche más.
Después de recorrer los bares y tomar algunas cervezas estábamos listos para la disco. El ambiente estaba encendido, las mujeres cual ninfas seductoras contorneaban sus cuerpos al son de la música de moda, una llamó mi atención.
Morocha de ojos infinitos, bailaba sola en medio de la pista, cual lobo tras su presa, abandoné la manada y fui hacia ella directamente, sin titubear. Pero como suele suceder en algunas cacerías, no era el único interesado en magno trofeo. Un tipo venia del otro lado y en una maniobra de cuerpos logre interponerme entre ella y él, antes de que emita palabra alguna, la invite a bailar y aceptó. Nada pudo salir mejor.
Bailamos, nos besamos, me ofrecí a llevarla a su casa y salimos de la disco.
Íbamos caminando hacia el estacionamiento cuando me detuve para prender un cigarrillo, ella estaba hermosa, le ofrecí, pero no fumaba. En medio de las sombras, alguien dijo “yo, quiero uno”. No logre ver de quien se trataba, pero alce la mano con el atado en gesto de convidarle. Al verle la cara palidecí, era el hombre al que le había ganado la mujer. Sostenía en la mano un cuchillo, lo único que atine a hacer fue mirar a la morocha y decirle “corre”. Después sentí el helado acero entrar por mi estómago, sujeté al tipo firmemente dándole tiempo a la mujer de que escapara. Tres o diez estacadas después, caí.
No sé en qué momento exacto recupere la conciencia, recuerdo voces y a la morocha llorando.
Luego la agonía, la desesperación y después el sosiego, esa calma que se siente tras despertar en la cama y saber que no hay que hacer nada, que se puede seguir durmiendo.
He pensado en infinidad de cosas, supongo que aún en este estado duermo, a veces recuerdo imágenes que no pertenecieron a mi vida.
No tengo sensaciones y, sin embargo, poseo plena noción de lo que sucede a mí alrededor, tanto es así que reconozco la carne que se desprende de mis huesos.
Debo llevar muerto tres meses, la única pregunta ahora, lo que espero con ansias, es saber ¿cuándo morirá esta conciencia?, mientras tanto, alimento con mi cuerpo a los gusanos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario