El bus de la 6:00

Don Felipe:

Debido a la amistad y confianza que ha puesto en mí, tras haber renunciado no podía irme sin darle a conocer mis verdaderos motivos, los cuales confío usted sepa reservar.

Quiero dejar constancia de los hechos vividos estos últimos días, dado a que lo ocurrido ha perturbado totalmente mi juicio, por ello he preferido dimitir de mi cargo.

Hace un mes como usted sabe, llegó la paciente Ana González de 19 años. Internada, por sus padres, esta muchacha en su fase activa fue diagnosticada con esquizofrenia (si bien, no se ha identificado aún como se ha desencadenado en la fase prodrómica), debido a las alucinaciones visuales complejas que sufre, en las cuales asegura mantener relaciones con un ser imaginario. Hasta aquí nada inusual, se le recetaron los antipsicóticos comunes, se la mantuvo en observación y se siguió el procedimiento habitual.

La paciente mostró cierta mejora, sin embargo, digo “cierta” porque en realidad más allá de este ser imaginario, ella poseía toda su lucidez e incluso llegó a reconocer que la persona a la que se refería era una alucinación, lo cual, ciertamente podía ser un artilugio para permitir su salida del hospital psiquiátrico.

La interna como parte de la terapia me relato su historia, la cual, comentare brevemente:
Recién egresada del Instituto Administrativo consiguió el puesto de secretaria ejecutiva en la ciudad de Villarrica, residente en Temuco y sin ánimo de trasladarse a vivir a dicha ciudad, aceptó el trabajo, lo cual, implicaba el traslado diario de un lugar a otro en la línea Nº 10 de microbuses con una tardanza de dos horas aproximadamente (me es necesario detallarlo para que comprenda la veracidad de lo relatado). En sus primeros viajes no hubo nada fuera de lo normal, hasta que en la segunda semana conoció a un muchacho de nombre Oscar.
Ella solía tomar la locomoción en el paradero de Avenida Caupolicán, a esta hora como es de imaginarse, es escasa la cantidad de pasajeros, sin embargo, siempre hay una importante cantidad de asientos ocupados, los cuales, hacia el final de su recorrido se llenan en su totalidad; por comodidad, principalmente en la bajada, Ana regularmente ocupaba el asiento justo en frente a la puerta trasera del bus. El día que lo conoció, según lo relatado, despistada casi se sienta en las piernas de Oscar, ya que por reflejo iba directo hacia el asiento de costumbre guardando las moneditas del vuelto en su monedero, cuando un joven de su edad con voz grave la detuvo sonriendo.
Oscar según ella tiene el cabello oscuro, pómulos altos y ojos marrones, mirada penetrante, buen físico, mide aproximadamente 1,70 y pesa 70 Kg.; Culto en sus expresiones y simpático. Con el tiempo se convirtió en el compañero infaltable de sus mañanas. En síntesis, viaje va, viaje viene, charla va, charla viene, ambos se enamoraron y mantuvieron esta relación durante casi tres meses.

Hasta ese momento parece una historia común el problema es que Oscar, no existe, o por lo menos eso creí yo. Después de tener en mi poder los datos brindados por la paciente, accedí a entrevistar a los padres como parte de la terapia y ellos me contaron con tristeza lo sucedido a su hija. “Oscar Valdez era un muchacho de 23 años, quien viajaba en la línea Nº 10, junto con Ana, hasta que un día inexplicablemente desapareció. Ana incapaz de aceptarlo lo recreo en su mente y según ella, él aun la acompañaba en el bus todos los días a las seis de la mañana.” Los padres si bien sabían del novio de la hija, se enteraron de su inexistencia por los comentarios de la gente, dado a que aparentemente, la pasajera mantenía conversaciones con el aire.

Hasta aquí todo corroboraba nuestro diagnóstico, algo me impulsó a averiguar un poco más, así que me dirigí al registro civil y nuevamente el tal Oscar ni siquiera figuraba en las actas de nacimiento. No existía o no era de este país, accedí a través de un amigo a los informes comerciales de las empresas de la Araucanía y jamás ha realizado una compra, no tiene previsión y sin antecedentes es un completo fantasma. Esto también indicaba que la versión de los padres había sido producto de las invenciones de la hija.

Antes de ayer por encargo de la institución debí realizar un viaje a Villarrica. Hoy puedo definirlo como curiosidad, no realicé el viaje en mi coche, ni tampoco en los buses con los cuales la empresa tiene convenio. Así, opte por esperar en Caupolicán con Montt los microbuses interregionales.

A las 5:30 ya estaba en el paradero, siguiendo una secuencia predefinida 5:59 y el primer transporte que diviso es el bus de la línea n° 10. Al subir, instintivamente mire hacia los asientos del fondo esperando racionalmente no ver nada y así fue, de hecho, había cuatro o cinco pasajeros sentados. Sin más razones que las del inconsciente, ocupe el mismo asiento que ocupaba Ana todos los días para viajar a su trabajo.

El microbús arrancó, pensé en cerrar los ojos y descansar hasta finalizar el recorrido, pero algo pasó, en el próximo paradero nos detuvimos, observé por la ventana de la puerta trasera y noté a una muchacha idéntica a Ana González. Esto era imposible, la paciente hasta el día de la fecha ha permanecido recluida en el hospital y todavía no se le ha dado el alta. Ella alzaba su mano despidiendo a alguien alegremente, yo no pude dejar de mirarla buscando algún rasgo que la diferenciara de la joven internada.

El microbús partió nuevamente y al perderla de vista, volví la mirada hacia el pasillo, me llamó la atención un muchacho que se acercaba, se adecuaba a las características que detalló Ana. Él me miró, sonrió y me dijo “Doctor, Ana me ha hablado de usted, yo soy Oscar”…

Fin, tal vez...
"Si te gusto, por favor compártelo, mil y un gracias por leer"

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