El Cerro

Lo sintieron pasar cerca, pensaron que se trataba de un gato montés, de un perro, tal vez.

Hacer Trekking en el cerro es una costumbre común, los senderos han quedado marcados por los caminantes que durante años recorren los mismos caminos.

Aquella mañana Alfredo y Carlos salieron temprano, el sol despuntaba sobre el cerro y ellos tenían listos sus bolsos para la nueva expedición. Las casas de ambos están a los pies del cerro, vecinos, amigos desde pequeños, no guardan muchas diferencias excepto un año de edad. Alfredo es mayor y él va al frente.
Dos horas de caminata y como buenos deportistas se detienen a contemplar el paisaje y fumar un cigarrillo. Alegres, joviales, se ríen de cada palabra. De repente, algo llamó la atención de Carlos, un ruido, algo pasó cerca, pero no lo vio.

El día siguió, mediodía y están casi en la cima, el paisaje es espectacular, tres lagos rodean a la ciudad, y más allá, la estepa. Los colores se entrelazan, el verde, el azul y los ocres dan vida a un escenario inigualable.
Carlos hace gala de su agilidad y se lanza a escalar las rocas que en conjunto han formado una pared de no más de cuatro metros de alto. Alfredo prefiere bordearlas, caminar lento pero seguro, se encuentran arriba y contemplan absortos el panorama.
Comen, reposan y luego el último, pero no menor esfuerzo para llegar a la cima. Algo los detiene, cuando estaban prontos a adentrarse nuevamente en el sendero algo pasó corriendo y agitando la maleza. Se miraron, pero no prestaron mayor importancia al evento después de todo estaban en un cerro, y es normal que anden perros vagos y gatos monteses.

Una sombra rozó a Carlos y espantado vociferó algo entrecortado, un fuerte sonido los hizo correr, Carlos siguió a Alfredo y ambos corrieron desenfrenadamente cuesta abajo por el lado opuesto al que habían subido. Exasperados, desesperados no notaron que se alejaban más y más de sus casas.

La noche los encontró, los caminos habían desaparecido y una sensación de desamparo nacía en las mentes de ambos.

El sonido de las ramas de bambú los acosaba, algo se movía entre ellas y los vigilaba.

Alfredo en un arrebato subió de golpe a un árbol, para ubicarse, para saber dónde estaba, pero el paisaje lo desconcertó, según él, ambos deberían estar a no más de una hora de la ciudad, y, sin embargo, a lo lejos no había nada, ni casas, ni luces, nada.
No podían o no querían dejar de caminar, aun cuando tenían la sensación de haber dado la vuelta completa al cerro y continuar en un círculo infinito.

Algo los acecha, algo espera que se detengan.

Alfredo y Carlos nunca fueron encontrados, lo terrible es que aún algunos se aventuran a buscarlos en el pequeño cerro Otto...

Fin. Tal vez....
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