El pozo

-Álvaro despierta, Álvaro -dijo María asustada, mientras le tironeaba del pijama.
-Qué pasa, qué… -contestó él, que despertaba de golpe, no por los tirones sino por los sonidos que provenían desde fuera de su casa.

Álvaro y María eran una joven pareja, tenían una hija y por esas cosas de la vida, les costó años comprar su casa. Su casa nueva no era grande, constaba de dos piezas, el baño, la cocina, un pequeño patio y como no tenía galpón, había una pequeña bodega debajo de la casa que se usaba como leñera. Llevaban dos días en la casa y por la pereza de Álvaro nunca revisaron el lugar; desde fuera no parecía prestar mayor importancia, sin embargo, esta noche la tenía.

Los sonidos que se escuchaban provenían de la pequeña bodega, era como si alguien tratara de salir; Álvaro se vistió en un santiamén

-María toma a la beba y enciérrate en el baño, lleva el teléfono que yo te aviso si hay que llamar a la policía
-Tené cuidado Álvaro… Álvaro mejor quédate conmigo y llamemos a la policía.

Álvaro la miró con cariño, los ruidos eran cada vez más fuertes, le dijo que no se preocupara y salió de la habitación, tomó lo primero que encontró en el camino pretendiendo golpear a lo que fuera que provocara el ruido. Así, armado con un sartén corrió hacia la puerta. La leñera había estado cerrada desde que él conoció la casa, no usaba leña, así que no la había revisado, las personas que habían vivido antes se habían ido hacía dos años y cuando él llegó, lo único que hizo fue ponerle un candadito al viejo portón de madera.

Casi al llegar, vio el portoncito volar por el aire, un hombre salió con todo el aspecto de un vagabundo, con ropas andrajosas, el cabello largo, sucio y una barba abundante, se detuvo y miró a Álvaro, estaba amaneciendo.

-¿Qué hace ahí? -dijo Álvaro alzando el sartén en gesto amenazante.
-Usted no sabe, no entendería, no me creería…

Álvaro confundido dio un paso y miró hacia la leñera, vio un niño, no parecía asustado, y sin embargo, el pequeño corrió hacia dentro desapareciendo en la oscuridad de la bodega, el viejo que había permanecido inmóvil, ahora salía corriendo en dirección contraria, atemorizado, horrorizado por algo, Álvaro quiso perseguirlo, pero pensó en el niño, entonces se acercó a la ventana del baño y llamó a María.

-María, me escuchas.
-Sí, ¿qué pasó?
-No sé, llama a la policía, un viejo y un chiquitito estaban encerrados en la leñera y querían salir, el viejo se fue corriendo, pero dejó al nene.
-No te puedo creer, ¿qué vas a hacer?
-Voy a sacar al nene que se escondió de nuevo.
-Álvaro, mi amor, ten cuidado.
-No te preocupes, vos llama, yo voy a ver al chiquito.

Álvaro se metió en la leñera, para su sorpresa, esta no media más de un metro de ancho y unos tres metros de profundidad, no había nada. A simple vista unos palos apilados contra el muro derecho y nada más, era imposible que el niño hubiese salido, él había estado pendiente todo el tiempo, se metió, no podía ver mucho, tanteo las paredes y al llegar al final cayó de bruces, un pozo.

Cuando despertó olió algo putrefacto, no veía nada, no escuchaba más sonido que su respiración, gritó, pero nadie lo escuchó.

Al llegar la policía, interrogaron a María, revisaron la leñera, como no vieron nada, le dijeron que se quedase tranquila que buscarían a su marido, que seguramente había salido detrás de los forajidos.

María y su niña quedaron solas.
Con el tiempo clausuraron la entrada a la leñera y la casa se puso en venta, otra vez.

En la oscuridad un niño sonríe...

Fin. Tal vez...





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