Premonición

Hubo un cuento que hablo de mi muerte. Mis tres sombras y yo marchamos en fila, vencidos, cansados.

Hubo un sueño, antes de aquella tragedia, en el sueño yo creí vivir feliz, aún sabiendo que era una fantasía, en aquel entonces yo escribí esto para no olvidarlo, sin embargo, otro ya lo había escrito y se quedaba con el cuento.

Lo inusual, lo terrible, fue despertar, con mis sombras, vencido y cansado.


Fin. Tal vez....
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Compromiso

Normalmente se van, pero ella no pudo dejarlos.

Miró el mar extenso e infinito, miró la arena, miró los pequeños huevitos, los tapó y les prometió que regresaría. Y así lo hizo, todos los días volvía, si se iba era para comer, para juntar fuerzas y resistir la inclemencia del aire al que no podía acostumbrarse.

El día señalado tardó, pero llegó, ese día su corazón se llenó primero de felicidad y luego de miedo. Las gaviotas surcaban el cielo y cual aves rapaces se abalanzaban en bandadas sobre las pequeñas tortuguitas indefensas.

Mamá tortuga recordó sus primeros pasos y a aquellas tortuguitas que no lograron cruzar la playa, entonces llena de valor comenzó a caminar junto a sus bebes. Muchas gaviotas obtuvieron su bocado, pero, ¡algunas no!, algunas chocaron de frente con mamá tortuga, enorme, yendo al mar como antaño, esta vez, rodeada de sus pequeñitos, dándoles una oportunidad única, ¡la oportunidad de comenzar!



Fin. Tal vez...
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Sin salida

Las cosas che, las cosas que hay que hacer…

Me dijo y me miró triste, agarró la pala y siguió como si nada.

Ni él, ni nadie eligió lo que le depara el destino, vi su mano sangrar por la herida de heridas pasadas. No se detiene y está cansado, llena otra carretilla con arena y la lleva lento, porque le duele la espalda, porque ya no aguanta, pero sabe y el saber es más fuerte que el dolor, que si no continua no habrá paga y si no hay plata ¿cómo alimentara a su familia?

Yo agacho la cabeza, la vergüenza, la incomodidad, el saber que podría hacer algo. Continúo preocupándome de banalidades, de la pintura del auto, de la nueva lámpara para el salón…




Fin.
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El encuentro

El día que se encontraron, ninguno atinó a decir nada, ni siquiera un saludo brotó de sus labios. Se miraron, como quien mira un retrato, observaron sus diferencias, las cuales parecían ser solo de vestimenta y continuaron su camino.

Ninguno de los dos se olvidará del otro, eso es indudable, ambos grabaron en su mente cada detalle de su sosias, bastara con mirarse al espejo para traer el recuerdo del otro.
Uno nació en la ciudad, el otro, en el campo, ambos adolescentes. Uno debe ser el último gaucho viviente, y calza como tal, a caballo, camisa y bombacha, espuelas y botas. El otro, un ser nocturno, remera negra, cabello largo y pantalón vaquero.

Un hombre y una flor

La primera vez que la vio la atracción fue irresistible. Hubiese querido tenerla de inmediato, pero su poca fortuna y el único billete que llevaba en el bolsillo no eran suficientes para tal adquisición.

Y así, cual tórtolo enamorado, día tras día desfiló frente a la vidriera, contemplándola, soñando el momento en que tocaría sus pétalos, el instante en que aspiraría su aroma y cerraría los ojos para disfrutarla con todos los sentidos. Pasaron los días y cual niño apasionado perdía la noción del tiempo mirando los bellos colores, a veces minutos, a veces horas.

Finalmente lo logró, la flor era suya, aquellos primeros días fascinado con su belleza, se sorprendía con cada halo de luz que recorría su bella figura.
Al principio no falto nada, hubo abono, hubo agua, principalmente atención. El primer año pasó y pequeños retoños asomaban, él sin ser experto la podo lo mejor que pudo...

El tiempo pasó y con los días la rutina hizo estragos, un día la olvidó, la dejo en la ventana y el sol radiante golpeó con fuerza sus bellas hojas. Aquella tarde al llegar a casa ella estaba tan alicaída que fue un milagro su salvación. Otro día no la regó y tres pétalos cayeron, irrecuperables.

Después llegó el segundo invierno y ella se marchito, sus bellos colores se fueron y nada habría de devolverlos, él intentó todo, un nuevo lugar en la casa, tierra nueva, pero nada parecía suceder.

Al terminar el invierno, nada volvería a ser igual, la flor más bella, la flor que siempre quiso, murió.



Fin.

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La espera

Las campanas sonaron, era el día más feliz de su vida, había dicho que sí en el altar. Valeria sonreía y él la miraba enamorado, se despidieron de todos y marcharon juntos hacia su primera noche de casados.

Una curva, una luz de frente, la cuneta. Ella sangrando y Matías desesperado, gritando, pidiendo ayuda.
Tres meses pasaron y aún está en coma, no vio túneles, no vio ángeles, no escuchó, ni sintió nada, tres meses de nada, de silencio, de vacío. Cuando ella abrió los ojos, él estaba dormido sosteniendo su mano.



Han pasado diez años y un hijo adorable hace rabiar a su madre mientras intenta justificar su escape del colegio. Matías ha conseguido un trabajo en otra ciudad, el viaje implica casi tres horas en auto y por lo mismo, ha preferido viajar solo los fines de semana a su hogar.
Este fin de semana es feriado, Matías tiene tres días de descanso, Valeria está decidida a conocer el departamento que arrienda su amado, así que aprovecha la cercanía de su suegra para encargarle el cuidado de su pequeño retoño. Solos, se olvidan por dos días del tiempo y disfrutan. Pero hay que volver, el fin de semana terminó y los deberes llaman a la puerta.

Faltaba una hora para llegar a casa, cuando algo se salió de control, los frenos de su automóvil dejaron de responder y el camino va cuesta abajo, esta vez la experiencia y la habilidad del conductor los salvó al borde del precipicio. Matías abrazó fuerte a Valeria recordando la primera vez que tuvieron un accidente, ella no recordó, pero un sentimiento de desesperanza la invadió.

Ella tuvo que volver a casa en un bus y para colmo sin él. Matías se quedó dando constancia a la policía sobre lo sucedido y después llevar el coche al mecánico para una revisión.
El viaje de regreso para Valeria fue desolador, lloró esa hora por todo lo que no había llorado en los últimos años, pensaba en lo que tenía y en lo que no, en lo que más quería y al final, solamente pensaba en ellos dos, su hijo y su esposo. Ni bien llegó a su ciudad la desgracia la perseguía, bastó con colocar un pie en la acera y se escuchó un fuerte estruendo, un choque, un motociclista que cae y la sangre corriendo frente a ella.

Cuando Matias llevo el auto para revisión al mecánico, este no pudo explicar la falla, no porque no se viese nada, al contrario las balatas de los frenos estaban retorcidas, como si dos manos retorcieran un paño, era increíble.
Ese mismo día Matías regresó a casa, no quiso contarle nada a ella y mucho menos tras escuchar su relato, ambos saben que algo extraño sucede, mientras tanto, no resta más que esperar…

La muerte la próxima vez no fallara.



Fin, tal vez...
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Pequeños milagros

Papá le dijo que no podía volar y en efecto, su cuerpo no tenía alas como los pájaros, mariposas y avioncitos de papel. Probó, sin embargo, con saltos bajitos, desde la cama, desde una silla, con una capa, con una bolsa en forma de globo y luego con muchos globos, nada parecía funcionar.

Vio la película de Peter Pan y pensó que quizá podría volar si conseguía el polvo de las hadas. Hasta que papá rompió su sueño diciéndole que las hadas no existían.

Un día leyó acerca de Siddhartha, le pareció fantástico ese personaje. Lo que más la fascino, es que él al alcanzar el nirvana, levitaba, volaba en el aire como un globo aerostático.

Papá no cree en dioses, pero cuando la vio volando, dudó.

Fin, tal vez...
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Orquesta

Cuando el fin llegó, no fue por pestes, no cayeron meteoritos, no se detuvo el mundo. No, cuando el fin llegó fue por ira. Ríos de ira.

El día anterior a la explosión nuclear, un hombre se preguntaba cómo podían haber fusilado a los hijos de los mandatarios, no recordó que meses atrás, él había ordenado cerrar las fronteras de todo el país, privando así de cualquier clase de suministros a su propia pueblo.


El día anterior al cierre de las fronteras en todos los países del mundo, las guerras civiles habían cedido o al menos eso parecía, las tropas militares habían tomado las calles, los saqueos se diezmaron, y entonces pasó lo que debía pasar, alguien murió en una esquina y luego turbas de personas enloquecidas atacaban a la milicia y se hacían con sus armas.

El día anterior a las guerras civiles, alguien dijo, que la culpa la tenían los pobres así que por decreto se legalizo la pena de muerte, y por ley, se comenzó la matanza de aquellos que no poseían recursos, luego de aquellos que tenían pocos, casi nada, algo, un poco, suficiente, bastante…

El día anterior a las leyes contra la pobreza, alguien asesinaba a tiros a un farmacéutico porque no le alcanzaba para pagar el remedio (que en el mes llevaba seis alzas) para su hijo. Al otro lado del mundo, tres jóvenes mataban a patadas a un indigente que quiso robarle su cartera a una señora para poder alimentarse. En otro lugar un periodista moría a balazos por querer golpear a un político que hablaba de acabar con los problemas del mundo mientras tomaba un vino del año 1492.

El día anterior a los hechos de violencia, una empresa negociaba con las autoridades del país sobre la conveniencia de su llegada a la industria nacional y sobre cómo se podría enfrentar en un futuro (muy lejano) el tema de la contaminación. En otro lugar, una empresa arrojaba al incinerador toneladas de carne putrefacta que no había sido distribuida a su destino y dado los costos y calidad del producto era mejor dejar que se pudriera como abono.

El día anterior un hombre parecía no asombrarse por lo que veía en las noticias, lejano, casi ciencia ficción.


Fin.
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El saber


Sabía que esa noche sería difícil, que no podría dormir aunque el cansancio fuera irresistible.
No podía dejar de pensar y daba vuelta tras vuelta en la cama enorme y vacía. Se sentó en la orilla de la cama y lloró amargamente, derramó las lágrimas que no había derramado durante el día, porque tenía que ser fuerte, porque ahora era papá y mamá.

El día había sido intenso, el funeral, el hogar invadido por desconocidos, personas a las que conocía y familiares que hubiese preferido que no estuvieran, algún amigo, alguna amiga más allá. Caras tristes, manos temblorosas. Alguien lloraba en una esquina, sentado en una silla su tristeza era tan conmovedora que no pudo acercarse a él.
Los pequeños que no comprenden realmente la muerte corrían alborotados y peleaban por un muñeco, una madre retó a su hijo quien parece no comprender el mal humor y la ofuscación de aquella mujer.

Sabía que, de aquella gente volvería a ver a tres o a cinco en los siguientes meses, después no volverían. Sabía que sus hijos no hablarían al respecto, que en los próximos años guardarían el dolor por dentro, como un cáncer que no puede ser extirpado y del cual, no vale la pena quejarse. Sabía que ya no habría discusiones banales, que no habría más celos tontos, sabía también que la palabra "amor" cobraba un nuevo sentido.

 Lo que no sabía, es que aquella noche al ir a dormir, sin querer pronunciaría su nombre en voz alta y sin querer, reclamaría también en voz alta preguntando ¿por qué te fuiste?, lo que no podría haber sabido es que la voz de quien amaba respondería “Yo nunca, nunca me iría de tu lado”.


Fin. Tal vez...
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La ilusión

Cuando ella le dijo que lo amaba, se sintió completo. Olvidó el tiempo, los dioses y los mares. No había problemas sin respuesta, porque en su mente solo estaba ella, ella y nada más.

Pero el amor la consumió y él no pudo comprenderlo, cual flor de temporada su amada murió al llegar el invierno.

En su locura de tristeza e ira recordó. Maldijo al cielo y a la muerte; limitó al tiempo; buscó respuesta a infinidad de problemas; creó dioses, miró al mar, zarpó y no volvió.

Y así, generación tras generación, este Ulises repite su propia odisea.


Fin. Tal vez...
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El trato

Al principio no hubo dolor, no hubo lágrimas, no hubo tristeza, pero tampoco hubo amor.

Cuando dios dio a elegir al hombre entre el cielo y la tierra, el hombre no dudo. Eligió el sufrimiento, porque sabía lo que ello implicaba.

Hoy un hombre paga los pecados del mundo, desesperanzado no comprende por qué tantas penurias le atormentan. Le falta poco para llegar a su casa, su mujer abre la puerta, entonces cree recordar y una sonrisa brota de sus labios.


Fin. Tal vez...
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Alternativa

Un hombre observa embelesado a una mujer, la que una vez fue estrella es hoy su constelación, ella lo mira, le sonríe y él es feliz.
Un dios celoso de esta devoción extingue el aura de la mujer y la reemplaza. El hombre, desconsolado, no quiere otra, la quiere a ella, a la que perdió. Sin más remedio que la muerte, entrega su vida y se dirige al otro mundo.

Fin del juego

Un niño juega solo en un rincón, en su inocencia crea seres, les da vida, libre albedrío e imaginación. Los ve nacer, reproducirse, morir y matarse. A veces, de aburrimiento, interviene, provoca una catástrofe y ríe a carcajadas.

Cuando Zeus su padre lo ve, observa su entretención y siente lastima por los seres creados, entonces, termina el juego.



Fin. Tal vez....
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Fantasías

Un niño juega solo en su habitación, en su imaginación inventa infinidad de dioses, crea cuantos necesita para poder explicar el mundo y sus hechos.

Un adulto llega, lo escucha y niega rotundamente la trama, ofuscado, argumenta la existencia de un solo dios.

El niño atiende pacientemente, de pronto, interrumpe insatisfecho preguntando ¿por qué dios permite el mal?, el adulto perplejo replica que es culpa de seres menores creados por este dios. Para el niño esos seres también son dioses.

Después, el niño continúa su juego, ha cambiado los nombres, pero la trama es la misma...

Fin. Tal vez...
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El creador

Cuando el Hombre creó el mundo, supuso que sería mejor tener a alguien superior a él mismo, entonces, creó a dios y se marchó.

Luego sus creaciones se olvidaron de él, pero recordaban a su dios. Así pasaron los años pidiéndole a su dios que les explique el ¿por qué?, pero nada podía ser explicado, al menos, no por esta entidad.

El Hombre nunca regresara, lejano e indiferente, continúa creando mundos, dioses y seres humanos, que seguirán creando mundos, dioses…

Fin. Tal vez....
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El comienzo

Cuando los hombres crearon a dios, pensaron que uno solo sería imperfecto, entonces, se hicieron politeístas. Así, el hombre adoro al sol de día y a la luna de noche, culpó a uno por sus males y agradeció al otro por sus bienes.

Años después otros hombres volvieron a crear un solo dios y se proclamaron monoteístas. Pero hubo un problema, nunca pudieron explicar las desgracias de la tierra. Entonces, crearon deidades menores malvadas y buenas, claro, con un solo dios pero que ya no es todopoderoso.

Cuando el hombre creó al hombre omitió decirle, que, de allí en más, estaría solo.


Fin. Tal vez....
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El fin 2

El profeta les dijo que el mundo se iba a terminar y claro, muchos lo creyeron. Pero no solo eso, algunos inventaron historias del fin del mundo, destruyeron la tierra y la volvieron a moldear.

Otros hablaron de pestes y calamidades. Y algunos simplemente se suicidaron.

Pero el profeta no se refería a un final catastrófico, los hombres no viviran lo suficiente para comprender, pero los inmortales sí. Los dioses antiguos sabían de lo que hablaba este profeta y uno tras otro, fueron testigos de su propio fin.



Fin. Tal vez....
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El fin 1

Cuando el profeta les dijo que el mundo se iba a acabar tenía razón. Años más tarde Ra, Zeus, Odín, Tezcatlipoca, Viracocha y muchos otros fueron reemplazados por nuevos mitos...

Fin. Tal vez...
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Gusanos

Cuando se cerró el cajón comprendí que ya no habría vuelta atrás.

Relativamente sano, claro, con los mismos vicios de cualquier hombre, alcohol, cigarrillos y mujeres. Esa noche debería haber sido una noche más.


Después de recorrer los bares y tomar algunas cervezas estábamos listos para la disco. El ambiente estaba encendido, las mujeres cual ninfas seductoras contorneaban sus cuerpos al son de la música de moda, una llamó mi atención.
Morocha de ojos infinitos, bailaba sola en medio de la pista, cual lobo tras su presa, abandoné la manada y fui hacia ella directamente, sin titubear. Pero como suele suceder en algunas cacerías, no era el único interesado en magno trofeo. Un tipo venia del otro lado y en una maniobra de cuerpos logre interponerme entre ella y él, antes de que emita palabra alguna, la invite a bailar y aceptó. Nada pudo salir mejor.

Bailamos, nos besamos, me ofrecí a llevarla a su casa y salimos de la disco.

Íbamos caminando hacia el estacionamiento cuando me detuve para prender un cigarrillo, ella estaba hermosa, le ofrecí, pero no fumaba. En medio de las sombras, alguien dijo “yo, quiero uno”. No logre ver de quien se trataba, pero alce la mano con el atado en gesto de convidarle. Al verle la cara palidecí, era el hombre al que le había ganado la mujer. Sostenía en la mano un cuchillo, lo único que atine a hacer fue mirar a la morocha y decirle “corre”. Después sentí el helado acero entrar por mi estómago, sujeté al tipo firmemente dándole tiempo a la mujer de que escapara. Tres o diez estacadas después, caí.

No sé en qué momento exacto recupere la conciencia, recuerdo voces y a la morocha llorando.
Luego la agonía, la desesperación y después el sosiego, esa calma que se siente tras despertar en la cama y saber que no hay que hacer nada, que se puede seguir durmiendo.

He pensado en infinidad de cosas, supongo que aún en este estado duermo, a veces recuerdo imágenes que no pertenecieron a mi vida.

No tengo sensaciones y, sin embargo, poseo plena noción de lo que sucede a mí alrededor, tanto es así que reconozco la carne que se desprende de mis huesos.

Debo llevar muerto tres meses, la única pregunta ahora, lo que espero con ansias, es saber ¿cuándo morirá esta conciencia?, mientras tanto, alimento con mi cuerpo a los gusanos.


Fin. Tal vez...
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La abuela

Nicodemo y Laura se casaron muy jóvenes, 15 y 17 años respectivamente, por apuro, ella estaba embarazada y a punto de dar a luz.
  Así pasó el tiempo, de apuro en apuro, uno tras otro se sucedieron los hijos, ya sea por ignorancia, por falta de métodos anticonceptivos, o simplemente un hecho cultural de aquella época, el tema es que, a sus escasos veintisiete años Laura contaba en el haber con diez hijos y de no ser por el doctor que se apiadó de ella y prácticamente sin consultarla la castró, en este momento seguramente la cuenta habría ascendido a unos treinta hijos.

Nunca hubo amor entre Nicodemo y Laura, pretendían quererse claro, él más por costumbre, ella más por necesidad o miedo.
Ya de recién casados Laura mostró sus dotes de santa desgraciada, tolerando todos los abusos de aquel jovencito inmaduro. Excesos de alcohol, orgullo de las cantinas, golpeador en la casa, es decir, todo un estúpido. No distinguía entre los amigos y los oportunistas, nunca vio lo bueno en su hogar. Se pasó la vida renegando y vociferando contra la mujer, que sería la única que le limpiaría el culo el día que cayese enfermo de diabetes treinta años más tarde.

Para mala suerte, cuando la semilla es mala no es casualidad que el fruto salga rancio, de todos, dos se salvaban y está bien dicho, porque se murieron, uno enfermo en la niñez como un pobre angelito y la otra murió en un viaje escolar hacia un torneo de matemáticas.

A modo de reseña, breve historia del resto de los sobrevivientes: de las hijas, una es puta, que no tendría nada de malo, sino fuera porque aún no ha dejado el nido; otra es fiestera, lo hace con cualquiera y sin cobrar, la última de las hermanas vive amargada, casada con un malandra. De los hijos, dos están en prisión (gracias a dios los agarraron), otro trabaja para el estado y es un eterno flojo que vive quejándose, los otros dos a sus tiernos treinta y veinticinco años no hacen nada y no parece que vayan a hacer algo en el futuro. Todos siguen viviendo en casa, lógicamente con sus hijos, porque emulando a sus padres, todos y cada uno de ellos no cruzaron los veinte años sin al menos una cría para la posteridad.

Como no podía ser de otra manera, después de criar a sus hijos, ahora Laura cría a los nietos y si no fuera porque espera morir pronto, seguramente criaría también a los bisnietos - los niños no tienen la culpa, ellos no saben, pero el resto sí - piensa Laura mientras prepara comida para todo el batallón.
En los últimos años los problemas familiares y las angustias han borrado todo rasgo de sonrisa en su rostro demacrado, pero hoy está visiblemente alegre, es que ayer vio algo en la televisión que le ha dado una estupenda idea. Mientras prepara la comida piensa en que los niños no comerán de esta receta, primero porque es muy picante y segundo porque ya los ha alimentado con comida chatarra o casi chatarra, después de todo, no son lo mismo las hamburguesas de la abuela que las compradas
Está lista la comida, sólo falta el ingrediente secreto, lo anotó para no olvidarlo, tiene todo y lo coloca en la medida justa, llama al flojo de su hijo para que pruebe la comida y este la encuentra exquisita.
Como es costumbre, ella no se sienta a comer cuando todos se reúnen en la mesa, pero eso nadie lo nota, siempre come sola en su cocinita. Prende su pequeño televisor de 7”, quizá la única alegría de los últimos años, hay un interesante documental y ¡oh! casualidad es la continuación del que estaba mirando ayer, “Todo lo que usted debe saber ante los venenos”.

Al escuchar las voces que se quejan de dolor, Laura esboza su ultima hermosa sonrisa...


Fin.
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Voces

La pequeña Mariana juega con sus ositos, su gatito se acurruca tiernamente al lado de ella y ronronea. Ella creció y su gato envejeció, duerme en sus rodillas mientras hace su tarea.
Un día Mariana llega a casa y su mascota fiel, ya no está, murió. Nunca más se dijo, nunca más volveré a tener un gatito.

El tiempo

Jaki estaba jugando, había visto una serie en la televisión y medio en broma, medio en serio, intentó hacer lo mismo, nada sucedió por supuesto, pero cuando miró el reloj se sorprendió
. Las agujas del reloj estaban detenidas, había detenido el tiempo.

Lo primero que se le ocurrió fue ir al negocio de la esquina y comer todos los caramelos que pudiera, sin embargo, lo pensó mejor y solo miró por la ventana. Un ave que surcaba el cielo confirmaba el acontecimiento, todo era estático para todos los demás, excepto, para él. El ave posaba en el aire suspendida sobre la nada. Más allá, un automóvil no había alcanzado a girar y su conductor permanecía estático.
Era increíble, poder dominar el tiempo, poder detenerlo, para leer, dormir, hacer bromas y por qué no, tomar algunas cosas prestadas. Podría hacer todo lo que quisiera.
Su asombro y alegría se detuvieron (así como logró detener el tiempo) cuando al intentar mover una cortina se dio cuenta que esta parecía ser de piedra, dura, inmóvil. Se puso a pensar ¿cómo regresar el tiempo a su continuidad? no lo sabía, intentó hacer varias cosas, rezar, invocar a los astros, nada funcionaba.

Salió a la calle y todo estaba petrificado, el agua no fluía desde los regadores, las personas no respiraban, y el sintió como poco a poco se le acababa el aire, la sangre en sus venas dejaba de correr y todo, todo se detenía...

Arriba, Cronos ríe carcajadas viendo a este mortal jugar con algo que no entiende.

Fin, tal vez...
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Imagen de Salvador Dali : Relojes blandos

Visitando a un amigo

Cuando llegó le llamó la atención la sencillez del hogar de su amigo, a diferencia de lo que muchos imaginaban, un lugar revestido de opulencia haciendo gala de su poder, no, nada de eso había, su casa es de madera, eso sí, con grandes ventanales desde los cuales seguramente lo vio llegar.

Allí lo estaba esperando, afectuoso como siempre, lo abrazó y dijo “que alegría que hayas llegado”. Lo invitó a pasar y en su hogar cada habitación era infinita, llena de recuerdos, de lugares. Lo condujo hasta una de sus preferidas, allí tallaba en madera una singular forma.

- Siempre trabajando
- No, no puedes llamarle trabajo a hacer lo que te gusta
- Tienes razón, puedo preguntar ¿por qué me has traído a verte?
- Has llegado solo
- Es cierto, pero hasta donde sé nada sucede sino es tu voluntad.
- Sabes que no es así, si así fuera, seria tedioso, lo magnifico y terrible del universo son las pequeñas fluctuaciones.
- Sin embargo, aquí estoy, y no sé por qué, es que acaso no tengo propósito
- Ciertamente no individual, tu propósito como el de todos es alcanzar este lugar.
- ¿Conocer tu casa?

Dios sonrió, dejó de esculpir a un ser vivo y condujo a su amigo, el hombre, al séptimo cielo.


Fin. Tal vez...
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¡Por favor, muévete!

La primera vez que le sucedió pensó que soñaba, esperó y nada sucedió, su cuerpo inánime y ella observando todo alrededor sin poder emitir palabra, más tarde cayó en un profundo sueño y al despertar aquella experiencia pasó a ser solo un vago recuerdo de un sueño difícil.

Miranda vive sola en la capital, sus padres la enviaron a estudiar allí deseándole un mejor futuro y con el tiempo se acostumbró a la soledad. Se recibió de administrativa, comenzó a trabajar y nunca regresó a su pueblo natal. El tiempo pasó, los hombres también, pero ninguno se quedó, ahora sola con su gato, mira la televisión y ríe alegremente con las morisquetas de un personaje conocido.



El jueves volvió a suceder, no había tenido esta sensación desde la adolescencia, pero como un torrente los recuerdos volvieron y el espanto se hizo presente. Totalmente consciente de su alrededor puede escuchar el ronroneo del gato que duerme a sus pies, intenta moverse, pero es imposible, quisiera emitir algún sonido, pero ningún músculo responde, de pronto su mano reacciona, esperanzada concentra toda su energía en ella y se aferra al borde de la cama, da un tirón, su cuerpo inánime cae al piso y al fin se reanima.

Viernes, un día más que pasa normalmente, había quedado en juntarse con una amiga, pero por cosas del destino ella no llega, hubiera querido contarle la anécdota, pero ya era tarde, estaba nuevamente en su casa, sola con su gato. Llama por teléfono a alguien que no contesta, las horas pasan y a diferencia de otros días preferiría no acostarse, teme lo que pueda suceder.

Sin embargo, el sueño llega y como no fue a su cama queda dormida sobre su viejo sofá.

Sábado, sus ojos abiertos contemplan un libro tirado, incapaz de moverse siente su orina correr entre las piernas, lloraría, pero no hay lágrimas.

Domingo, el hambre, su estómago se retuerce, suena el teléfono. La desesperación ha pasado, llega la noche y ella espera, nadie llega. El gato rasguña una puerta, pero nadie lo escucha.

Lunes, martes…

Alguien en el trabajo se preguntó por qué no llegaba, llamaron una, dos, tres veces y no llamaron más. Una amiga fue a verla, nadie abrió y se fue.

Nadie más llegó, al menos no a tiempo.


Fin. Tal vez...
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Contabilidad

Treinta de diciembre cierre de mes, es tiempo de entregar los informes al jefe.

En los últimos años los ingresos han sido descomunales, superaron con creces cualquier expectativa o pronostico realizado. Como en cualquier otro negocio mayores ingresos generan lógicamente más trabajo, lo cual, significa ampliar la dotación de personal para poder abarcar sin problemas la demanda. Sin embargo, este lugar es especial, no solo no se aumentó el personal, sino que algunos debieron asumir nuevas responsabilidades. Por supuesto, nadie reclamo, aquí no existen los gremios y mucho menos un departamento de recursos humanos y en este lugar siempre se podría estar peor, literalmente.

Aníbal está encargado de anotar manualmente los ingresos, Caronte es incapaz de hacerlo así que el jefe decidió asignarle la tarea a mi buen amigo Aníbal, ambos llegamos juntos y probablemente no tuvimos tan mala suerte como otros. Por mi parte llevo los libros y entrego los informes, prácticamente trabajamos veinticuatro horas por día, dado principalmente a que el flujo de entrada es constante.

Hemos cumplido, Satán entró, miró el informe y sonrió, nuevamente se ha sobrepasado la meta, la entrada de almas este mes ha superado nuevamente a nuestra competencia directa.

El jefe está feliz y quizá pensando en traer a alguien para que nos ayude.



Fin.
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El Camino

Cuando Ignacio cruzó el umbral no se sintió asombrado, no esperaba ciertamente nada, por lo tanto, lo que estaba frente a él carecía de sentido.

El paso fue instantáneo, apenas cerró los ojos el mundo había cambiado.

Sus padres nunca le contaron historias de hadas, después de grande evito a toda costa dejarse invadir por las creencias de quienes lo rodeaban; Por esta razón y quizá, por la naturaleza propia de aquel a quien se le ha negado la fantasía, Ignacio simplemente racionalizó que estaba en estado de shock y que lo que se encontraba frente a él debía de ser un sueño o un estado de alucinación inducido por el accidente.

Pequeños recuerdos del pasado lo asolaban, el camino, la lluvia, la oscuridad y después un profundo silencio. Recordó a su familia y esbozo una sonrisa, los amaba es cierto, pero no los extrañaba, una extraña sensación de paz lo invadía. Había perdido la noción del tiempo, ya no sabía si había pasado un minuto o mil años esperando despertar.

No se había movido de su lugar desde que había abierto los ojos por primera vez y tampoco había sentido necesidad de hacerlo, después de un tiempo de observar a su alrededor, de contemplar el ancho y vasto espacio, notó, sin asombrarse, que carecía de cuerpo, tal vez, por esta razón pensó que no había sentido necesidades físicas, cansancio, hambre ni dolor.

Esperó, como quien espera mirando una pared, sabiendo que la pared no ha de cambiar. ¿Qué lo llevo a moverse?, seguramente es incomprensible, pero moverse significa aceptar y él aceptó.

Cuando se movió, no fue una, fueron miles de voces que le dieron la bienvenida y como en una danza, millones de formas etéreas aparecieron y desaparecieron e Ignacio dejó de ser uno para unirse al cosmos.

Fin. Tal vez...
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El inmortal

Martín prepara la grasa en la que va a cocinar las papas fritas y de súbito un flash, una ceguera blanca, cierra los ojos y miles de imágenes se presentan, desconcertado, continua. Abre una bolsa de papas y tira el montón en el aceite hirviendo, José su compañero trae una comanda “Churrasco con papas fritas” la especialidad de la casa.
Martín va a la heladera, saca un trozo de carne, cierra los ojos y otro flash, esta vez más intenso más real, las imágenes comienzan a cobrar vida y él puede ver, sentir y hasta palpar una imagen del pasado. Entonces, abre los ojos y siente como un fuerte dolor de cabeza se ha apoderado de él, José regresa, trae una bandeja, mira a Martín que se apoya con una mano en la mesa y con la otra en la frente, con un claro gesto de dolor, José pregunta que le sucede, mientras le ayuda a sentarse y se pone a preparar la comanda.
Martín padece una terrible jaqueca, miles de flashes, imágenes, sensaciones, se van abriendo paso frente a él. Su mente se ve desbordada por este cúmulo de experiencias superpuestas.

Un tipo común

Miguel está sentado en un pequeño restaurant, quisiera encender un cigarrillo pero frente suyo hay un cartel que dice “prohibido fumar”, ahora lo han prohibido en casi todos los locales que frecuenta, le parece excelente, después de todo no es bueno para el cuerpo. Mira por la ventana y espera. Pidió permiso en el trabajo, un martes; ayer recibió el llamado de un hermano, hermano político, pero hermano al fin, no podía faltar, ya casi no recordaba la última vez que lo vio.

Espera, como esperan todos, que los rencores hayan quedado en el pasado, la última vez que lo vio tuvo que echarlo, literalmente echarlo de su hogar. Ahora tanto tiempo después parece cómico que se encuentren aquí. Aún no es la hora acordada, Miguel lo sabe y pide un café, le agrada el sabor, así como le agradaron tantas otras cosas de las cuales no siente culpa, ni se arrepiente, lo que le hace comprender en cierta medida el don y la belleza humana.

Puntual como no podía ser de otra manera, entra, así como entró Miguel, haciéndose notar de inmediato, no por su ropa, no por sus gestos, ni siquiera por el afán propio de llamar la atención que poseen los humanos, no, sus simples presencias eran llamativas. Miguel se levantó de inmediato y abrazó al hermano, este devolvió afectuosamente el saludo y lo acompañó en la mesa.

Hablaron durante un largo tiempo, tenían mucho que decir, pero para ambos el pasado no era el tema, sino el futuro.

Miguel al día siguiente abrió un viejo baúl, lo había guardado con la esperanza de nunca abrirlo, en él había un antiguo instrumento de viento, lo tomó y salió al patio de su casa. Fuera, miró a su perro, corto el collar de su cuello, murmuro algo en su oído y lo vio salir corriendo por el portón y perderse más allá en la calle.

Rompió su camisa y de su espalda brotaron largas alas blancas. Luego miró al cielo, derramando lágrimas comenzó a tocar…
A medida que las notas se abrían paso a paso en el aire el cielo se dividía, el suelo a sus pies comenzaba a temblar y al término de su canción, el apocalipsis...


Fin. Tal vez....
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La otra historia

Orfeo miraba de reojo una vieja arpa arrumbada en la esquina de su habitación. Los últimos años ha sido incapaz de tocarla. No sabe o pretende no saber, si es que acaso volverá a tocar aquellas bellas melodías que conmovieron incluso a las rocas.

Él es consciente de que no toda la culpa es de Hades, después de todo es imposible hacer volver a alguien desde ese lugar, Orfeo lo sabe, sin embargo, quiso creer en sus palabras más allá de cualquier cosa.

Orfeo nunca volteó a mirar hacia atrás, no se dejó vencer por la tentación ni era tan inocente como para haber logrado tal travesía y rendirse al final. No, él salió del infierno solo, sin ella, sin nada más que esa maldita arpa.

Intentó el suicidio, pero ahora era inmortal, un chiste de los dioses, quienes incapaces de concebir la mortalidad ofrecieron este don al único que deseaba con el alma morir. Odio con todas sus fuerzas a los dioses por su destino, pero él sabe que no es la forma, que ellos no hicieron más que darle un atisbo de esperanza.

Ahora mientras observa la vieja arpa, lee y reflexiona sobre las historias que han inventado sobre él, ha querido creerlas para escapar de su realidad, pero se sabe cierto y atrapado, viste su mejor traje, y como uno más a las 7:40 se va a trabajar.





Fin. Tal vez....
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Creencias

- Papá ¿dios existe?
Juan miró a Francisco su pequeño de cuatro años y le dijo que sí, que dios estaba en todo y en todos, lo abrazó y entraron a comer los scones que mamá había preparado.

Ellos eran felices, tal vez más de lo que la mayoría de las personas lo son, seria quizá la alegría de Mara la esposa de Juan o la inocencia de Francisco su hijo, vivían ajenos a los conflictos del mundo, contemplando el día a día, saliendo adelante con los problemas cotidianos sin afligirse, pensando siempre más allá, en el resultado final. Lo tenían todo, tenían amor.

La primera confesión

- Perdóname Padre pues he pecado
- Dime hijo ¿qué has hecho?
- He hecho aquello que prohibiste
- Y ¿porque lo has hecho?
- Porque prefiero la muerte a la eternidad sin ella
- Y dime hijo ¿Qué te hace pensar que estarás sin ella en la eternidad?

El Cerro

Lo sintieron pasar cerca, pensaron que se trataba de un gato montés, de un perro, tal vez.

Hacer Trekking en el cerro es una costumbre común, los senderos han quedado marcados por los caminantes que durante años recorren los mismos caminos.

Aquella mañana Alfredo y Carlos salieron temprano, el sol despuntaba sobre el cerro y ellos tenían listos sus bolsos para la nueva expedición. Las casas de ambos están a los pies del cerro, vecinos, amigos desde pequeños, no guardan muchas diferencias excepto un año de edad. Alfredo es mayor y él va al frente.
Dos horas de caminata y como buenos deportistas se detienen a contemplar el paisaje y fumar un cigarrillo. Alegres, joviales, se ríen de cada palabra. De repente, algo llamó la atención de Carlos, un ruido, algo pasó cerca, pero no lo vio.

El Amor

Andrés tiene cinco y es su primer día de clases, la sala está iluminada, llena de colores y más allá una niña que se llama Ana.

Están ya en primer grado, el guardapolvo ha dejado de ser blanco, Andrés se cayó, dio media voltereta tras pisar sus cordones que todavía no aprende a atar. Intenta hacer un súper nudo para volver a jugar, Ana lo ve, se acerca y sin mediar muchas palabras terminó atando los zapatos de Andrés, quien corriendo feliz regresa a jugar.

Mañana es el cumpleaños de Ana, están en cuarto grado, Andrés recuerda la cajita que usaba para guardar los tesoros de sus muñecos, la había encontrado tiempo atrás y ahora le encontró un propósito, se la regalara a ella, para que no se olvide de él.

Andrés tiene catorce y va a la secundaria, podría ir en bus, pero va a pie, en el camino se encuentra con una amiga, Ana, van al mismo colegio, pero en distintos cursos. Charlan de música y él dice escuchar lo mismo que ella (aunque en el fondo ambos saben que no es así), Ana sonríe y le recomienda unos grupos, Andrés no lo duda, hará todo el esfuerzo necesario para que le gusten esos temas, de ese modo tendrá nuevas excusas para hablar con ella.

Ana tiene veinte y está trabajando en un restaurante, Andrés entra de casualidad, se ven después de varios años, pero esta vez es distinto, Andrés nunca le dijo pero Ana sabe y no vuelven a separarse.

Como mantener la relación treinta años después, Andrés mira a Ana que paciente lava los platos, ella dejó de lado la pintura por él y él dejó de lado el fútbol, piensa y sonríe, mira las manos de Ana y recuerda esas manitos suaves que tomaron las suyas hace ya, tanto tiempo. Cómo sorprenderla, cómo enamorarla otra vez, piensa él, cómo evitar el tedio de la rutina, sabiendo que se conocen hace ya, tanto tiempo. Ella lo mira y sin que él diga nada le dice "sólo te pido que me escuches".

Ana tiene ochenta años, hace dos que murió Andrés, ella está triste, pero algo muy adentro le dice que no se encuentra sola.

Andrés la mira y enamorado como siempre, la espera.

Fin, tal vez...

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Los cuentos

Mamá nos trajo historias del campo, fabulas de animales y cuentos de seres imaginarios. Nosotros crecimos escuchándola y como es lógico, nunca creímos una palabra de lo que nos decía, solo eran cuentos, después de todo, en medio de la ciudad y gracias a la televisión e internet, ya no existe espacio para la imaginación y mucho menos para las supersticiones.

Esto sucedió cuando tenía quince años aproximadamente, una mañana mi hermano me llamó al patio para ver algo que llamó su atención.

Hacía poco que los pinos habían sido talados, ahora el paisaje era amplio y veía desde mi ventana hasta la calle, cuando niños, vivíamos en una pequeña casa con techo de planchas de cartón negro, hecha de madera y en un enorme patio que cubría toda una manzana, y en la cual, solo había dos casas la nuestra y la de los dueños del terreno.

Esa mañana, a los pies de los de los pinos cortados había una especie de masa de color amarillo, expedía un fuerte olor a azufre y como un relámpago recordé algo que me había dicho mamá, corrí hasta la casa y busqué sal. Mi hermano miró azorado mi emoción, me vio cruzar cien metros en menos de diez segundos con una caja de sal en la mano, en ese momento puse a prueba el cuento y funciono. Tracé en la masa una cruz con sal y ante nuestros ojos la magia se hizo, la masa desapareció y se convirtió en sangre o algo muy parecido. No podía creerlo. Eso significaba según los cuentos que un brujo andaba cerca.

Pasó un tiempo, un año tal vez, la historia era eso, solo una historia, pero una noche algo pasó.
La ventana de nuestro dormitorio daba a una improvisada quinta que habíamos hecho en familia, para evitar la entrada de los perros, habíamos puesto un cerco con un pequeño portoncito. Era de noche y unos pasos me despertaron, no venían del suelo sino del techo y daba la sensación de que alguien corriese sobre él. Me levante apresurado y armado con una escoba de paja me dispuse a salir a ver de qué se trataba, entonces, en la quinta se escuchó un fuerte sonido como si una bolsa de papas hubiese caído desde el techo. Corrí hacia la quinta y al abrir el portón un enorme perro negro se quedó mirándome, no intentó atacarme, pero mi reacción fue golpearlo con todas mis fuerzas partiendo en dos la escoba sobre su espinazo, el perro no se quejó, salió corriendo por el portón.

Al contarle la historia a mi madre me dijo que la próxima persona que viera y que se quejase de dolor de espalda era seguramente “el brujo". Dicen que los malos espíritus solo entran en tu casa si los invitas. Desde hacía unos dos años al barrio había llegado un hombre, solo recuerdo que fumaba mucho y que al día siguiente de lo que me pasó le dolía mucho la espalda.

Un día lo invité a casa a jugar a las cartas, al llegar a la puerta no cruzó el umbral dijo que había olvida
do algo y nunca más lo vi. Ese día, sobre la entrada detrás de la puerta había puesta una tijera en forma de cruz, por si acaso, los cuentos dicen que espanta a los brujos.

Fin. Tal vez...
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El barrilete

Te acordas Manu, cuando tenías cinco, el color verde del pasto, el azul del cielo, era hermoso, ¡te acordas!
Nuestras carreras en la plaza jugando a la mancha, que lindo que era sentir el viento en el rostro jugando en los columpios, sentir el dolor en los tobillos cuando nos dábamos porrazos.

Te acordas cuando me invitaste a remontar volantines y el hilo se cortó y vimos desaparecer a lo lejos nuestros cometas, me dijiste que así también volaríamos los dos.

Te acordas cuando crecimos, cuando me preguntaste si quería ser tu novia, ¿novia? qué extraño suena hoy, te acordas de las caricias, cuando hacíamos el amor...

Te acordas Manu aquel hermoso lugar donde nacimos y que años después nos vio partir, quién diría que iba a desaparecer.

¿Recuerdas la tierra?, qué raro es saber que ya no existe.

¿Te acordas Manu, cuando éramos humanos?

Manu quiso recordar, pero el tiempo era indefinido, en su incorpórea forma albergaba todos los conocimientos existentes y, sin embargo, no recordaba esa vida, tampoco recordaba esa forma que desde el principio de su existencia viajaba a su lado.

No recuerda pero finge, porque sabe que ella es más feliz así.

Fin, tal vez...

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El bus de la 6:00

Don Felipe:

Debido a la amistad y confianza que ha puesto en mí, tras haber renunciado no podía irme sin darle a conocer mis verdaderos motivos, los cuales confío usted sepa reservar.

Quiero dejar constancia de los hechos vividos estos últimos días, dado a que lo ocurrido ha perturbado totalmente mi juicio, por ello he preferido dimitir de mi cargo.

Hace un mes como usted sabe, llegó la paciente Ana González de 19 años. Internada, por sus padres, esta muchacha en su fase activa fue diagnosticada con esquizofrenia (si bien, no se ha identificado aún como se ha desencadenado en la fase prodrómica), debido a las alucinaciones visuales complejas que sufre, en las cuales asegura mantener relaciones con un ser imaginario. Hasta aquí nada inusual, se le recetaron los antipsicóticos comunes, se la mantuvo en observación y se siguió el procedimiento habitual.

La paciente mostró cierta mejora, sin embargo, digo “cierta” porque en realidad más allá de este ser imaginario, ella poseía toda su lucidez e incluso llegó a reconocer que la persona a la que se refería era una alucinación, lo cual, ciertamente podía ser un artilugio para permitir su salida del hospital psiquiátrico.

La interna como parte de la terapia me relato su historia, la cual, comentare brevemente:
Recién egresada del Instituto Administrativo consiguió el puesto de secretaria ejecutiva en la ciudad de Villarrica, residente en Temuco y sin ánimo de trasladarse a vivir a dicha ciudad, aceptó el trabajo, lo cual, implicaba el traslado diario de un lugar a otro en la línea Nº 10 de microbuses con una tardanza de dos horas aproximadamente (me es necesario detallarlo para que comprenda la veracidad de lo relatado). En sus primeros viajes no hubo nada fuera de lo normal, hasta que en la segunda semana conoció a un muchacho de nombre Oscar.
Ella solía tomar la locomoción en el paradero de Avenida Caupolicán, a esta hora como es de imaginarse, es escasa la cantidad de pasajeros, sin embargo, siempre hay una importante cantidad de asientos ocupados, los cuales, hacia el final de su recorrido se llenan en su totalidad; por comodidad, principalmente en la bajada, Ana regularmente ocupaba el asiento justo en frente a la puerta trasera del bus. El día que lo conoció, según lo relatado, despistada casi se sienta en las piernas de Oscar, ya que por reflejo iba directo hacia el asiento de costumbre guardando las moneditas del vuelto en su monedero, cuando un joven de su edad con voz grave la detuvo sonriendo.
Oscar según ella tiene el cabello oscuro, pómulos altos y ojos marrones, mirada penetrante, buen físico, mide aproximadamente 1,70 y pesa 70 Kg.; Culto en sus expresiones y simpático. Con el tiempo se convirtió en el compañero infaltable de sus mañanas. En síntesis, viaje va, viaje viene, charla va, charla viene, ambos se enamoraron y mantuvieron esta relación durante casi tres meses.

Hasta ese momento parece una historia común el problema es que Oscar, no existe, o por lo menos eso creí yo. Después de tener en mi poder los datos brindados por la paciente, accedí a entrevistar a los padres como parte de la terapia y ellos me contaron con tristeza lo sucedido a su hija. “Oscar Valdez era un muchacho de 23 años, quien viajaba en la línea Nº 10, junto con Ana, hasta que un día inexplicablemente desapareció. Ana incapaz de aceptarlo lo recreo en su mente y según ella, él aun la acompañaba en el bus todos los días a las seis de la mañana.” Los padres si bien sabían del novio de la hija, se enteraron de su inexistencia por los comentarios de la gente, dado a que aparentemente, la pasajera mantenía conversaciones con el aire.

Hasta aquí todo corroboraba nuestro diagnóstico, algo me impulsó a averiguar un poco más, así que me dirigí al registro civil y nuevamente el tal Oscar ni siquiera figuraba en las actas de nacimiento. No existía o no era de este país, accedí a través de un amigo a los informes comerciales de las empresas de la Araucanía y jamás ha realizado una compra, no tiene previsión y sin antecedentes es un completo fantasma. Esto también indicaba que la versión de los padres había sido producto de las invenciones de la hija.

Antes de ayer por encargo de la institución debí realizar un viaje a Villarrica. Hoy puedo definirlo como curiosidad, no realicé el viaje en mi coche, ni tampoco en los buses con los cuales la empresa tiene convenio. Así, opte por esperar en Caupolicán con Montt los microbuses interregionales.

A las 5:30 ya estaba en el paradero, siguiendo una secuencia predefinida 5:59 y el primer transporte que diviso es el bus de la línea n° 10. Al subir, instintivamente mire hacia los asientos del fondo esperando racionalmente no ver nada y así fue, de hecho, había cuatro o cinco pasajeros sentados. Sin más razones que las del inconsciente, ocupe el mismo asiento que ocupaba Ana todos los días para viajar a su trabajo.

El microbús arrancó, pensé en cerrar los ojos y descansar hasta finalizar el recorrido, pero algo pasó, en el próximo paradero nos detuvimos, observé por la ventana de la puerta trasera y noté a una muchacha idéntica a Ana González. Esto era imposible, la paciente hasta el día de la fecha ha permanecido recluida en el hospital y todavía no se le ha dado el alta. Ella alzaba su mano despidiendo a alguien alegremente, yo no pude dejar de mirarla buscando algún rasgo que la diferenciara de la joven internada.

El microbús partió nuevamente y al perderla de vista, volví la mirada hacia el pasillo, me llamó la atención un muchacho que se acercaba, se adecuaba a las características que detalló Ana. Él me miró, sonrió y me dijo “Doctor, Ana me ha hablado de usted, yo soy Oscar”…

Fin, tal vez...
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Deja vu

Ayer un hombre despertó, otra vez, la misma cama, la misma almohada, el mismo techo. Se levantó, misma rutina, fue al baño, hizo sus necesidades, se bañó, cepilló sus dientes. Desayunó diez minutos.
Mira su hogar vacío con la sensación de olvidar algo, pero no, cerró y se fue, subió a su auto y se fue al trabajo.

El pozo

-Álvaro despierta, Álvaro -dijo María asustada, mientras le tironeaba del pijama.
-Qué pasa, qué… -contestó él, que despertaba de golpe, no por los tirones sino por los sonidos que provenían desde fuera de su casa.

Álvaro y María eran una joven pareja, tenían una hija y por esas cosas de la vida, les costó años comprar su casa. Su casa nueva no era grande, constaba de dos piezas, el baño, la cocina, un pequeño patio y como no tenía galpón, había una pequeña bodega debajo de la casa que se usaba como leñera. Llevaban dos días en la casa y por la pereza de Álvaro nunca revisaron el lugar; desde fuera no parecía prestar mayor importancia, sin embargo, esta noche la tenía.

Los sonidos que se escuchaban provenían de la pequeña bodega, era como si alguien tratara de salir; Álvaro se vistió en un santiamén

-María toma a la beba y enciérrate en el baño, lleva el teléfono que yo te aviso si hay que llamar a la policía
-Tené cuidado Álvaro… Álvaro mejor quédate conmigo y llamemos a la policía.

Álvaro la miró con cariño, los ruidos eran cada vez más fuertes, le dijo que no se preocupara y salió de la habitación, tomó lo primero que encontró en el camino pretendiendo golpear a lo que fuera que provocara el ruido. Así, armado con un sartén corrió hacia la puerta. La leñera había estado cerrada desde que él conoció la casa, no usaba leña, así que no la había revisado, las personas que habían vivido antes se habían ido hacía dos años y cuando él llegó, lo único que hizo fue ponerle un candadito al viejo portón de madera.

Casi al llegar, vio el portoncito volar por el aire, un hombre salió con todo el aspecto de un vagabundo, con ropas andrajosas, el cabello largo, sucio y una barba abundante, se detuvo y miró a Álvaro, estaba amaneciendo.

-¿Qué hace ahí? -dijo Álvaro alzando el sartén en gesto amenazante.
-Usted no sabe, no entendería, no me creería…

Álvaro confundido dio un paso y miró hacia la leñera, vio un niño, no parecía asustado, y sin embargo, el pequeño corrió hacia dentro desapareciendo en la oscuridad de la bodega, el viejo que había permanecido inmóvil, ahora salía corriendo en dirección contraria, atemorizado, horrorizado por algo, Álvaro quiso perseguirlo, pero pensó en el niño, entonces se acercó a la ventana del baño y llamó a María.

-María, me escuchas.
-Sí, ¿qué pasó?
-No sé, llama a la policía, un viejo y un chiquitito estaban encerrados en la leñera y querían salir, el viejo se fue corriendo, pero dejó al nene.
-No te puedo creer, ¿qué vas a hacer?
-Voy a sacar al nene que se escondió de nuevo.
-Álvaro, mi amor, ten cuidado.
-No te preocupes, vos llama, yo voy a ver al chiquito.

Álvaro se metió en la leñera, para su sorpresa, esta no media más de un metro de ancho y unos tres metros de profundidad, no había nada. A simple vista unos palos apilados contra el muro derecho y nada más, era imposible que el niño hubiese salido, él había estado pendiente todo el tiempo, se metió, no podía ver mucho, tanteo las paredes y al llegar al final cayó de bruces, un pozo.

Cuando despertó olió algo putrefacto, no veía nada, no escuchaba más sonido que su respiración, gritó, pero nadie lo escuchó.

Al llegar la policía, interrogaron a María, revisaron la leñera, como no vieron nada, le dijeron que se quedase tranquila que buscarían a su marido, que seguramente había salido detrás de los forajidos.

María y su niña quedaron solas.
Con el tiempo clausuraron la entrada a la leñera y la casa se puso en venta, otra vez.

En la oscuridad un niño sonríe...

Fin. Tal vez...





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Ping pong

Cuando era joven solíamos subir la montaña en busca de aventuras y nuevos caminos, por lo general, nuestras travesías eran un ritual de a dos, mi hermano y yo, sin embargo, no faltaba el buen amigo que se animaba y nos acompañaba.

Un día Nico fue con nosotros, se nos ocurrió subir el cerro Ventana, si bien, no es el cerro más elevado ni el más difícil de escalar puede volverse toda una travesía cuando no se sigue el camino correcto y se toman los atajos más largos posibles.

Mi hermano iba al frente, Nico y yo lo seguíamos, habíamos partido tarde, como a las diez de la mañana, el sol parecía indicar buen clima. De pronto a mitad de camino Fede (mi hermano), se detiene me mira, mira a Nico y pregunta “¿alguno se acordó de la carpa?”, nosotros nos miramos y supongo que pensamos que él era el responsable de esas cosas yo llevaba las cartas y Nico el mate, Fede se dio vuelta y continuó camino, “cuando estas a la mitad, lo mejor es continuar” dijo.
Llegamos al cerro como a la una de la tarde, desde abajo se veía enorme, comenzamos a subirlo siguiendo un camino marcado, sin embargo, gracias a la sabiduría de mi hermano tomamos un atajo y en vez de seguir la senda nos dirigimos cuesta arriba en línea recta hacia lo más pedregoso del cerro. Nos tuvimos que detener a razón de diez pasos, nuestros pies se hundían en el polvo y se llenaban de piedrecillas nuestras zapatillas (que por otro lado no eran las indicadas para subir una montaña); Terminamos de subir como a las siete de la tarde, una vez arriba, todo el cansancio pasó, la serenidad se apodero de nosotros y por un momento ninguno dijo palabra, simplemente, contemplamos lo magnifico, el paisaje desde las alturas.
Mi amigo y yo, decidimos ir a buscar leña para el fuego, mientras, Fede intentaba fabricar una rustica carpa para pasar la noche. Conseguir leña no fue difícil en el lugar había mucha madera seca, árboles quemados, seguramente por la ultima sequía. Aprovechamos a recorrer las laderas mientras fumábamos un cigarrillo.
El sol se escondió temprano, tomamos mate, comimos carne asada, contamos chistes y después nos quedamos panza arriba mirando las estrellas. Fede empezó a bromear sobre que algo no andaba bien con algunas de las luces que se veían en el cielo y en efecto había algunas que se movían por voluntad propia, a lo cual, Nico dijo, que seguramente se trataba de satélites rusos.
El fuego duro poco, porque era poca la leña que habíamos juntado, nos metimos en la carpa (era la frazada de Nico) que estaba sostenida entre dos pequeños árboles, mi frazada estaba en el piso y la bolsa de dormir de Fede nos tapaba.

De pronto a medianoche un fuerte resplandor acompañado de un crujido en la tierra nos despertó, era como, si por unos segundos hubiera sido de día, después se levantó un fuerte viento que hizo volar cerró abajo la frazada de Nico y así, de la nada, comenzó a nevar, Fede nos gritó “agarren las cosas que nos  vamos a refugiar”, la oscuridad y la densidad de la nieve no nos permitían ver más allá de dos metros, yo seguí a mi hermano y cerca de una roca encontramos un pequeño recoveco, “acá entramos todos” dijo y entonces, otro golpe de luz nos encegueció; Cuando abrí los ojos vi a Fede que me miraba de frente con cara de pánico, me pregunto ” ¿y Nico?”, Nico no estaba, empezamos a gritar pero no contestaba, quise salir a buscarlo pero Fede me detuvo, me dijo que era en vano, que, si no nos escuchaba era porque no estaba cerca. Otro relámpago de luz y de pronto quede solo, Fede y Nico no estaban, grite, pero no contestaron…
Pasó un rato, Nico tocó mi espalda y me dijo “pensé que te había perdido”, entonces, del medio de la oscuridad apareció Fede retándonos a ambos por habernos apartado de él. Cuando nos encontramos los tres dejó de nevar, el viento se calmó, las estrellas desaparecieron y la oscuridad fue total.

Entramos en el recoveco que habíamos encontrado, entrábamos los tres, pero nuestras piernas quedaban fuera, así sin poder dormir, pasamos el resto de la noche en silencio.


Mi hermano asegura que los desaparecidos fuimos nosotros y según Fede él nunca se movió y no nos escuchó gritar.

Al amanecer, apenas se asomaba el sol, vimos a cinco metros una enorme cueva, que, sin duda, nos hubiese hecho pasar una mejor noche, nuestro ánimo había cambiado, tomamos nuestras cosas y regresamos a nuestras casas.
No estábamos preparados para la nieve y la nieve con el polvo se hizo barro. Llegamos antes de lo esperado a nuestras casas y completamente sucios.

No hablamos del tema hasta mucho tiempo después, todos sabemos que algo extraño pasó aquella noche, no sabemos ¿qué?, sin embargo, los tres coincidimos en la misma historia final, la cual, sucedió después de volver:

Cuando me bañe mire mí estómago y a la altura del apéndice había aparecido una cicatriz redonda del tamaño de una pelotita de ping pong, Fede y Nico también la tienen, pero ninguno de los tres recuerda ¿cómo o en qué momento apareció?…


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